Escuchando el silencio
Salí de casa un tanto aturdido. Atravesé el bosquecillo de plataneros entre la niebla que se desperezaba con los rayos del sol. Al abandonar la hierba y llegar al cemento, el suelo se volvió resbaladizo por la langarra. Hasta llegar a la fachada sur del bloque donde está la panadería tuve que caminar con cuidado para no patinar. Cuando iba a entrar a comprar el pan, el sonido del rodar de algo sobre las baldosas me hizo volver la cabeza. Una mujer alta, erguida, vestida con un caftán muy colorido y un turbante que alargaba su figura, repasaba el suelo abotonado con su largo bastón blanco. Antes de avanzar giró la cabeza y sentí que me miraba a través de sus cristales negros. Me saludó con una sonrisa luminosa y cruzó majestuosa la carretera.