Nuevo vecindario
Mi infancia vivía en un triangulo de casas diferente al resto del mundo. La frontera con otros barrios era campo abierto, huertas y casas pequeñas hasta llegar a las viviendas con portal de la Rochapea o a la iglesia de los capuchinos. Un poco más allá, por una carretera con cunetas estaban la Colonia San Miguel y la Chantrea. Al Norte teníamos Ansoain y nuestro monte San Cristóbal. Artica era un pueblo lejano, menos conocido que el Fuerte. Al Sur corría nuestro río y regaba las huertas de Aranzadi; arriba, la catedral y al fondo la cruz del Seminario. Las calles no tenían nombre propio. El primer portal era el uno, el siguiente el dos y así hasta el 42. Los porches, las únicas bajeras comerciales del barrio, marcaban la diferencia con las otras calles. Un tramo de la calle tenía portales a los dos lados. El José Mari era el bar del barrio, el Ramiro, aunque era frecuentado, no era del barrio barrio. En el cogollo, la plaza. Una plaza de tierra, abierta a las personas y cerrada ...