Miedo
Hace unos quince años se compraron una unifamiliar adosada con jardín por delante y por detrás. Era muy a la americana y formaba parte de una urbanización en forma de óvalo con jardines comunes y piscina en su interior. Estaban, según la publicidad, a diez minutos del centro de la ciudad, en plena naturaleza. Unos campos de trigo ponían el tono de Vincent van Gogh y una vaquería, a unos trescientos metros, el aroma a eau de fiemé número cinco. El insistía en que el piso se había quedado pequeño, que no podía invitar a sus compañeros de trabajo, que los niños, tres mocosos adictos a los videojuegos y dibujos japoneses, necesitaban espacio. Ella no lo tenía muy claro. Estaba confusa. Sus amigas vivían cerca, también su madre y todo el día se movía por los sitios sin tener que coger el coche urbano que él se empeñó en comprar. Bueno, se empeñó en el modelo; ella eligió el color y los complementos del interior. No te preocupes. No vamos a perder dinero. En caso de que nos vaya mal lo ...