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Mostrando entradas de enero, 2015

Más aquí de la pantalla.

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                    Abro los periódicos o paso sus hojas virtuales en internet y las noticias me atropellan independientemente de la prensa que tenga delante de las narices. Enchufo el televisor o la radio y la información me acribilla por los cuatros puntos cardinales con saña siendo igual el arma que emplee la emisora de turno. Son monótonos, cansinos, predecibles y pelmas una cosa mala, tanto en lo que callan como en lo que dicen. La información, el debate, el coloquio o la opinión suelen ser, con pequeños matices y honrosas excepciones, el mismo ladrido y consiguiente mismo mordisco. Van a la yugular sin piedad. Siguen la misma estrategia que Drácula. Un mordisco de columnista extraordinario para enamorar y luego unos chupones interesados hasta transformarte en un vampiro pura sangre. La única manera de librarte de ellos es mandarles a tomar viento lunar   en cuanto asoman el colmillo, desconec...

Cajones

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             Por razones ajenas a mi voluntad me pongo a limpiar a fondo y hasta el fondo los armarios con el propósito de ordenar, sobre todo, los cajones. No lo hago por prescripción facultativa de médico,   sicólogo o hechicero; lo hago porque lo tengo que hacer. Si no se pone orden en un cajón su contenido se revuelve en una primavera libertaria y no hay manera de encontrar las cosas. Un buen cajón se parece mucho a una dictadura o a un ejército, pero es recomendable (figura en todas las constituciones sobre cajones) cada cuatro años, o así, poner en cuestión su estado y tratar de recomponerlo a pesar de que, con pequeñas variantes, a la primera que metes la mano vuelve el desgobierno.               El cajón   no es una caja grande, es otra cosa. Si a una caja le quitas la tapa tienes acceso a todo su interior sin ningún problema. Sin embargo, los ca...

Reyes Magos

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   De pequeño siempre creí en los reyes. Sabía que eran personajes de cuento, del pasado, y que los de carne y hueso eran falsos. Por eso los Reyes Magos no podían traer regalos porque tenían que estar requetemuertos. Mis reyes, los de los cuentos, no hacían esas cosas que hacían los Magos de Oriente. No metían los camellos en casa para dejarlo todo hecho un asco, ni pimplaban coñac (la madre de un amigo les ponía hasta puros, y se los fumaban). Mis reyes llevaban espada, corona, montaban un caballo elegante, daban mandobles a diestro y siniestro (las cadenas del escudo de Navarra se las mangó Sancho el Fuerte a Miramamolín para no sé qué), se batían en duelo por el amor de una princesa rubia despampanante con la que eran felices por los siglos de los siglos. Vivian en un palacio donde bailaban valses todas las noches antes de comer perdices en la cama o en los jardines a la luz de la luna. Al ser de cartón duro,  me cuadraban más los Gigantes de Pamplona. Como e...