Los digitales no hacen tic-tac. Menos mal.
Salgo de casa a las diez y veinte, según el reloj de mi muñeca y a las diez y veintiuno según el reloj del horno. El del salón no lo he mirado porque no he pasado por delante de él. A unos cien metros de mi casa hay un panel electrónico publicitario que indica, en intervalos muy breves, la temperatura y la hora. Marca veinte grados y las diez y veinte. Antes de llegar a fijarme en la hora he permanecido sesenta y ocho segundos parado en el semáforo. Sin darme cuenta me he metido en la máquina del tiempo y a punto de encontrarme en pelotas en medio de la calle. En un cruce con semáforos, a unos ochocientos metros de mi casa, hay otro panel que marca veintitrés grados y las diez y veinticinco. Estoy a punto de ser medalla de oro en las olimpiadas domésticas. Digo domésticas porque voy a la compra diaria con la bolsa que me regaló mi amigo Luis. A unos pocos pasos la cruz de una farmacia, que aumenta y disminuye con un neón de tonalidades verdes, me indica en su inter...