Un icono rayante


La comunicación visual se cristaliza en símbolos que se llegan a convertir en iconos más o menos sacralizados por unos, ignorados y hasta odiados por otros, pero que el tiempo se encarga de pulir e integrarlos en el entorno perdiendo parte de su razón de ser. De ahí que de vez en cuando se monten campañas publicitarias para recordarnos que el icono tiene un significado y que la empresa comercial, el partido, país, estado o equipo que lo defiende sigue vivo y con ganas de pelear contra sus rivales. Si no hay enemigo real o imaginario no hay campaña ni gasto alguno. Machaconamente, las minorías dirigentes nos obligan a comprar, a reafirmarnos en tal o cual credo y a renegar del resto. Su objetivo es ponerse de moda, de hacer que sea un peligro estar fuera de la mayoría porque, o no te identificas y te tienes que encerrar, o te da igual y vas a tu bola, o reivindicas la diferencia y te arriesgas, como poco, a ser tratado de radical y burro. Todas las campañas publicitarias se hacen al dictado del diseño más en boga para llamar la atención. Son muchas las guerras judiciales que las empresas comerciales se montan en torno a la propiedad de una línea, un color o unas siglas. Hemos llegado a un punto en el que una línea ondulada nos puede sugerir una bebida refrescante, la Mancomunidad de Aguas, una playa o una cadera. La simplificación del dibujo en los carteles de San Fermín es una buena muestra de la sencilla esencia de toda una semana complejísima, pero, a diferencia de otros iconos, éstos no son duraderos y año tras año son sustituidos sin pena ni gloria. Las banderas y los escudos que representan a países y equipos de fútbol suelen mantener su diseño original en composiciones y saraos oficiales para que el personal no se confunda y siga identificándose. Sin embargo, suele suceder, que para asuntos de andar por casa como fiestas, congresos o celebraciones varias se hagan alardes de diseño para indicar modernidad y vanguardismo. Y en ese delirio icónico por estar fashion se metió el Gobierno de Navarra, sin percatarse de que con la simplificación del escudo de Navarra se llega a la verdadera esencia de lo foral, en el diseño de un escudo de Navarra que manda al trastero las cadenas y nos pone en lo más tope del tiempo libre, el ocio y el jolgorio. Sí, somos el viejo reino del Tres en Raya y por eso se refleja en nuestro escudo.

La práctica de este juego se pierde en la noche de los tiempos y está muy por encima del mus y de la pelota, pero por intereses comerciales y de aparente seriedad no se nos ha explicado la razones de ser de nuestro escudo.
A Sancho El Cachas, después de partirle la cara a Miramamolín en las Navas de Tolosa, se le ocurrió echar, allí mismo, una partidica del juego que triunfaba en su reino. En plan chulo, agarró unas cadenas que tenía El Mira y se fabricó un tres en raya. Su asesor, que había estudiado diseño en Barcelona, hizo un dibujo con la ocurrencia del jefe sobre una tela empapada en sangre y lo ató a un palo a modo de bandera o pendón. Se pasearon por toda el reino luciendo el trofeo y a la gente le agradó el detalle de las cadenicas. Que fuese algo sólido, metálico y no una simple línea, impactó. La teoría de que Sancho se las quitó al moro para hacer el escudo de su reino no tiene sentido porque cadenas había por cualquier sitio y tampoco era cosas de coger un suvenir de semejante peso y plantarse en Navarra para que el personal pensase que estaba demente. Queda claro que lo de las Navas de Tolosa tiene que ver con las cadenas, no con el juego, porque hay capiteles anteriores a 1212 que muestran a soldados con escudos pintados con el juego de marras.. Era lógico, como las guerras eran muy largas y aburridas, entre guardia y guardia tumbaban el escudo en el suelo y se echaban una partidica con tres piedras y tres palos. Los que eran guerreros de leva lo dibujaban en el suelo. Y tenerlo pintado en el escudo no era nada comparado con llevarlo bordado en el pecho: era un farde que indicaba la profesionalidad del caballero jugador. Es decir, un guerrero con muchas batallas a sus espaldas. La coronica que se le puso luego fue para darle carta de realeza.

Ha habido muchas imitaciones. La Ikurriña, sin ir más lejos, es un tres en raya de colores sin la cosa física de las cadenas y alargado, como toda bandera.. Y la inglesa no digamos. La española, con todo lo que parece, tiene el mismo origen. Carlos III, como buen monarca moderno y al día, se trajo de Italia una corte de ilustrados y progres de no te menees. Allá por 1785, como quería que los navíos de guerra españoles no se confundiesen con los pertenecientes a otros países borbónicos, le encomendó al diseñador de la corte, un tal G. Armani, que le pintara un tres en raya. Éste, influenciado por la moda de París y por una traducción chapucera le pintó tres rayas. Carlos III se quedó muy pillao, pero, como era lo que se llevaba por Europa, dejó la cosa como estaba. Además, no tenía muchos argumentos porque se enteró que G. Armani le hizo la pelota pintándole los tres palotes de su nombre. Si se hubiese llamado Carlos XII igual le pinta lo pedido o lo mismo le dibuja un caballo rampante sobre fondo rojo, vete a saber. En historia no se puede andar con tonterías.

Todo lo expuesto anteriormente tira por el sumidero todas las teorías anteriores que sugerían el origen de esa forma de colocar las cadenas en la obsesión que tenían los ateos de tachar la cruz con una equis. O la más moderna que especifica su nacimiento en un asterisco. Porque parece ser, según un investigador de la universidad de Apuntestown, que los monjes, cuando los monasterios necesitaban más tinta que lentejas, solían meter la pata al copiar y, por no borrar todo lo que les había costado días y días escribir, dibujaban una especie de asterisco, al margen, para indicar que lo que faltaba venía después. Con el tiempo tuvo un significado mágico y de “lagarto-lagarto” para el enemigo de lo religioso.

El tres en raya está cosido y encadenado a la bandera de Navarra, se hunda el mundo o no. Somos tresenrayista de nacimiento.


Sirva este pequeño estudio para reivindicar la seriedad en las investigaciones que tiene que ver con nuestra historia y de un juego que, jugándolo bien, no tiene ni vencedores ni vencidos. Cada vez hay más motivos para ser iconoclasta. 

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