Mi madre


La tarde está agonizando en silencio. Es hora de cenar, el día ha sido muy ajetreado y un momento de juego es el paraíso “Mambrú se fue a la guerra…” canta la niña. Ha dibujado en la tierra, con un palo, el infierno, el cielo y sus casillas. “Mire usted que pena…” suena en su cabeza. Empuja la china con el pie. Salta, gira y cae en el cielo,  mientras un alud de sombras rompe el silencio. El monte se rasga, tiembla el aire, borbotea la tierra. El perro, que dormitaba a su lado, se pone alerta. En un suspiro coge la pulida piedra y  corre con un grito atado a la garganta. En la cocina le esperan. “Baja gente del monte”. Corren a las habitaciones del sur. No se ve nada, pero en tiempo de guerra todos los sentidos son necesarios para sobrevivir. “Cierra todas las puertas. La de abajo, la de arriba, la del pajar”.
Voces graves atemorizan en la noche. No se puede salir de casa. El sueño, temeroso, no acude y tiembla bajo las sábanas.
Al amanecer los mayores son llamados para salir en partidas en busca de los fugados. Se puede disparar a matar. Los amigos del gatillo acuden animados, los enemigos de la guerra no cargan la escopeta y rezan para no encontrarse con nadie.
La escuela y las eras se llenan de militares que dan órdenes sin parar y de civiles flacos y descalzos que callan. Un hombre alto lleva a rechinchín a un joven al que le falta una pierna.  Cuando suben los escalones de la entrada a la escuela, un soldado les grita y les golpea con la culata del fusil hasta que se derrumban. El joven entra arrastrándose, el mayor recoge una alpargata embarrada y le sigue.
La tarde está agonizando en silencio. Con la china repasa las líneas de juego que han sido borradas.  Se seca las lágrimas con la mano y corre a casa con un grito atado a la garganta.
Pamplona, 2 de noviembre de 2012.
Juan Jo

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