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Mostrando entradas de marzo, 2017

Seguramente no es seguro.

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Cada día lo tengo más claro: esto se va a la mierda. No lo digo porque lo haya visto en los posos del café o en las cartas, métodos científicos equiparables a las bolas de muchos economistas, lo digo porque lo veo en la tele o lo escucho por la radio. Como de los bancos y cajas ya no se fía nadie, los ladrones profesionales,  los que no producen y ganan dinero con el dinero de los demás, se ponen el pasamontañas y los guantes blancos para ofrecernos el paraíso y la vida eterna a cambio de unas cuotas mensuales. Sí, sí. El omega seis, el colágeno y el agua bendita del capitalismo entran en escena. La seguridad es el quinto jinete del apocalipsis a lomos de un caballo tordo. –Los vecinos se han ido a vivir a otro sitio porque les han robado. No tenían alarmas. –A Puri le robaron mientras dormía. Sabían que su marido no estaba en casa. –Querido. Tenemos que poner inhibidores de frecuencia en las ventanas. Las alarmas no son suficientes. Atentados terroristas, bandas extra...

Palo a palo

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Ni el toro negro de Osborne ni el transbovino azul de Urmeneta; el palo es el axioma, el norte que guía nuestras vidas.  De la misma manera que tratar de arreglar los asuntos a palos está en el sobaco de nuestras entendederas, está en el cacumen de unos pocos empalar un caramelo o un mocho. El chupachups y la fregona son el I+D, el símbolo del ingenio más allá de la universidad o de la inteligencia cultivada en laboratorios de investigación impolutos con la luz encendida las veinticuatro horas del día.   El palo, en sus distintas presentaciones, bastón, garrocha, makila, garrote, estaca, porra... nos acompaña a lo largo de nuestra vida y nos lleva a llamar pinchos a todo lo que hay comestible en la barra del bar, incluso cuando no llevan palillos. Las nuevas generaciones están perdiendo habilidades,  no entienden por qué usábamos un mondadientes para pinchar una aceituna cuando ellos la cogen con la mano o la pinchan con el tenedor. Yo les digo que el palillo es un...

El mundo es un pañuelo

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Yendo a la reunión de la PAH del barrio un vecino que hace tiempo no veía me saluda y me llama desde la terraza cerrada de un bar que hay en la calle Sanduzelai. Como me hace ilusión reencontrarme con él, acepto su invitación. Nos damos un abrazo y se va para dentro del bar después de confirmarle que quiero una cerveza. Llovisquea y los fumadores echan humo bajo el ruido ratonero del agua al chocar contra el toldo. Casi en el exterior tres jóvenes  de unos dos metros charlan en voz baja mientras beben cerveza.  Creo que vienen de Ucrania. Al fondo unos marroquís toman café en animada conversación. Uno de ellos saca una cajetilla de puritos, invita al resto, nadie le acepta y se enciende el suyo. Marcos, que es como se llama el amigo colombiano que me ha invitado, viene con las cervezas en la mano, pero se queda sujetando la puerta con el pie para que salga tranquilamente un señor mayor que, nada más pisar  la acera, se encasqueta la boina a la vez que se queja del ti...