Hiperactividad perruna
A la espera de que llegue la villavesa me siento en el banco de la marquesina. Una señora pasa gritándole al perro que arrastra tirando de la correa. El chucho insiste en ir en dirección contraria. Ella me mira como disculpándose por su aparente falta de paciencia. —No me hace ni caso. Tiene casi un año, pero yo lo tengo desde hace un mes. Me lo dio una conocida de mi hermana que vive en Bermeo —me explica. En una de esas, el perro se planta a mi lado y trata de subirse a mis piernas. Está inquieto. —¡Bat! ¡Ven aquí! —grita a la vez que me lo quita de encima. —Tranquila. No pasa nada. Se le ve muy movido —le digo tratando de disimular mi rechazo al perro acosador. —¡Sí! Lo llevé a la veterinaria y le diagnosticó hiperactividad. No presta atención a lo que le dices. Va a su aire. No hay manera. —¿Y le da medicación? —No. Me dijeron que le diese unas pastillas, pero no, no le doy. La veterinaria es psicóloga. —¿Psicóloga de perros? —Sí, claro. Bueno, adies...