Hiperactividad perruna
A la espera de que llegue la villavesa me siento en el banco de la marquesina. Una señora pasa gritándole al perro que arrastra tirando de la correa. El chucho insiste en ir en dirección contraria. Ella me mira como disculpándose por su aparente falta de paciencia.
—No me hace ni caso. Tiene casi un año, pero yo lo tengo desde hace un mes. Me lo dio una conocida de mi hermana que vive en Bermeo —me explica.
En una de esas, el perro se planta a mi lado y trata de subirse a mis piernas. Está inquieto.
—¡Bat! ¡Ven aquí! —grita a la vez que me lo quita de encima.
—Tranquila. No pasa nada. Se le ve muy movido —le digo tratando de disimular mi rechazo al perro acosador.
—¡Sí! Lo llevé a la veterinaria y le diagnosticó hiperactividad. No presta atención a lo que le dices. Va a su aire. No hay manera.
—¿Y le da medicación?
—No. Me dijeron que le diese unas pastillas, pero no, no le doy. La veterinaria es psicóloga.
—¿Psicóloga de perros?
—Sí, claro. Bueno, adiestradora. Tengo que ser muy autoritaria. El perro que tuve antes daba gusto. Le hablaba y me entendía todo. Me miraba y ya sabía lo que tenía que hacer. Con este no hay manera.
—¡Ya! Es muy joven y si ha cambiado de dueña, de lugar...
—Puede. Le llamé a mi hermana y me dijo que su amiga estaba muy contenta, que se portaba muy bien —comenta la señora mientras me mira a la vez que sujeta el perro contra su pecho para evitar que le siga lamiendo la cara.
Bat no se encuentra cómodo y amenaza con tirarse al suelo. Le hago un gesto señalando el parque y zarpea tanto que le desajusta la camisa a su dueña.
—¡Bueno! No me queda otra. Ya lo siento —dice mientras deja el perro en el suelo y se acomoda la camisa.
Cuando se alejan pienso que igual el perro no es hiperactivo y simplemente no entiende el castellano. Tengo la sensación de que el gato del vecino que me mira desde la ventana con recelo puede ser autista y, seguro, que ese perro baboso de la del segundo es un psicópata de tomo y lomo. Preguntaré a Javier, que se salió de capuchino después de años en misiones por Chile, si su admirado Francisco de Asís no pudo ser el primer psiquiatra animal. A ver si le pillo. Aunque, conociéndole, me dirá que la confesión es como una sesión de psicoanálisis y enlazará lo espiritual con lo psicológico. No tiene remedio.
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