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Mostrando entradas de marzo, 2014

Visita a Mingun

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Como es nuestro último día en Mandalay nos planteamos visitar Mingun. Es una ciudad que debe su fama al intento de construcción de la estupa más grande jamás vista y de tener la campana más grande del mundo. Está a unos once kilómetros de Mandalay, río   arriba del Ayeyarwady. A mí me suele mosquear mucho la obsesión que tiene el personal por utilizar la cinta métrica. Definir algo por su tamaño me parece infantil. Ya sé que el tamaño importa y en algunas cosas es mejor que sean así, pero las comparaciones me parecen odiosas. En el mundo de la publicidad es, quizá, la cualidad que más se resalta. Y es por eso que cuando miras folletos turísticos suele aparecer el adverbio de cantidad (no sé si ahora se llamará de otra manera): más. El más largo, el más alto, la más grande. Todo una estupidez porque no puedes comprobar si es verdad. Es más, en algunos casos conoces los otros monumentos con los que se compara y esa característica de tamaño es lo menos relevante.   Cr...

Mandalay II

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Está visto que lo nuestro con los hoteles de Mandalay fue de traca. Después de desayunar nos comunican que la habitación que ocupan Zarra, Gema y Silvia debe ser desalojada para que entren otras personas. La nueva es un almacén y terminamos mandándoles a la mierda. Justo a la vuelta de la esquina hay otro hotel, el Nikol, más o menos del mismo precio, que tiene habitaciones libres. Sara y yo al cuarto sin ascensor. Es festivo y parece ser que la gente se mueve. Mientras hacemos el traslado me quedo esperando la llegada del tukutero. En la acera del hotel Garden hay un muro de unos dos metros que la gente utiliza como parapeto de una ducha comunitaria. Con una manguera que sale del hotel y unos calderos, unas mujeres se lavan la cabeza y se mojan el cuerpo. El tukutero nos da plantón y acordamos irnos caminando a ver el Palacio Real. Como andamos mal de pasta decidimos cambiar en el mismo hotel una cantidad no muy grande y dejar para   un día laborable la cantidad más fuert...

Mandalay

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En cuanto el bus entró en la estación, los porteadores y tukuteros se amontonaron en las puertas para ofrecernos sus servicios. -La fama tiene estas cosas. Si no tenéis boli no os puedo firmar autógrafos -les decía a los porteadores mientras me abría paso entre ellos. Si salir fue difícil, sacar las mochilas del maletero fue una lucha a codazos y empujones para que no se hicieran con ellas y nos exigiesen pasta. Quizá, el tufillo a pescado que flotaba en el ambiente también contribuyó a que se despejase nuestro entorno y pudiéramos negociar, a las afueras de la estación, con un tukutero para que nos llevase a buscar alojamiento. El motocarro era pequeño, pero nos apañamos, Zarra y yo,   para apoyarnos   en unos trasportines que había a los costados del chofer. Todos los hoteles de precio asequible que marcaba la Lonely Planet estaban llenos. El chofer se empeñó en enseñarnos uno de un familiar, que nos pondría buen precio y que estaba cerca. Nos llevó por unos arra...