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Mostrando entradas de septiembre, 2015

Parece ser

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Detrás del semáforo, en las dos esquinas del cruce, hay dos bancos. Los dos, a base de fotos tiernas y frases cortas me dan a entender que su corazón está por encima del dinero. Los coches lucen sus emblemas de calidad y distinción. En el gran muro de hormigón de la iglesia se destaca una cruz de acero corten. Unos muchachos lucen gorras con logos de colores, sudaderas de marcas muy visibles y zapatillas exageradas. La villavesa está forrada con un mural de una serie de televisión. El taxi lleva implantado en las puertas el dolor de una clínica dental. Tres ciclistas pertrechados como para hacer el Tour visten maillots de una empresa de telefonía. Por el parque cercano al centro de salud un musulmán camina salmodiando versículos del libro que lleva abierto en la mano derecha. El vecino A su pedo , hasta en pleno invierno va con pantalón corto, camiseta de tirantes y transistor al cinto, me sorprende con una gran cinta en el pelo de una reputada marca de prendas deportivas. M...

Letra pequeña

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Desde hace un tiempo y tres cuartos de lo mismo tengo una lucha con mi longitud de brazo, el tamaño de la letra y otras pequeñeces que invaden mi espacio. Voy de aquí pa'lla y más de allá pa'quí con mi cristalino ocular en plan duralex maldiciendo lo divino lo humano y lo material. El otro día, tras un intento hercúleo por descifrar un dichoso wasap, le tuve que pedir a Sara que me lo leyese. Yo creía que era un jubilado con vista cansada y me entero de que soy un anciano. ¡No te jode! Según parece, se ha producido un desacuerdo en la acomodación de mi cristalino y un músculo ciliar que no tenía ni idea de que existía. Es decir, tengo presbicia y no tiene nada que ver con tanta pantalla de ordenador o libros de letra pequeña. Los griegos le dieron ese nombre, ancianidad, porque ser mayor y cascar en las distancias cortas es lo mismo. Nada de vista cansada de tanto leer y cuerpo jaranero como nos dicen para vendernos gafas o zapatillas de correr   (ya me disculparán por...

Llaves de mar

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Se autodefinía como un amo de llaves. Cuando había mar de fondo salía a pasear por la playa. Con un báculo que talló en su infancia hurgaba en la arena al menor indicio de que pudiese estar semienterrada una llave de mar. Rodadas hasta el extremo de desvanecer su identidad, mordidas hasta perder los dientes, pulidas hasta eliminar los surcos, suaves y frías se acomodaban en la sequedad de los cajones de la gran cómoda de su habitación. Matarile-rile-rile. Matarile-rile-ron. Eran llaves perdidas, escondidas, arrojadas al aire, al río o al mar para sellar su secreto. Llaves de cofres piratas, llaves de armarios, llaves de candados de amor colgados en los puentes, llaves de castillos, llaves de presidio, llaves de sagrario, llaves de alcoba,   llaves de convento, llaves de burdel, llaves que cerraron bocas, llaves del saber; la que entregó Boabdil, la de Isis, la de Pandora, las cruzadas de san Pedro. La llave maestra del universo era un hilo de coral que colgaba ...