Parece ser




Detrás del semáforo, en las dos esquinas del cruce, hay dos bancos. Los dos, a base de fotos tiernas y frases cortas me dan a entender que su corazón está por encima del dinero. Los coches lucen sus emblemas de calidad y distinción. En el gran muro de hormigón de la iglesia se destaca una cruz de acero corten. Unos muchachos lucen gorras con logos de colores, sudaderas de marcas muy visibles y zapatillas exageradas. La villavesa está forrada con un mural de una serie de televisión. El taxi lleva implantado en las puertas el dolor de una clínica dental. Tres ciclistas pertrechados como para hacer el Tour visten maillots de una empresa de telefonía. Por el parque cercano al centro de salud un musulmán camina salmodiando versículos del libro que lleva abierto en la mano derecha. El vecino A su pedo, hasta en pleno invierno va con pantalón corto, camiseta de tirantes y transistor al cinto, me sorprende con una gran cinta en el pelo de una reputada marca de prendas deportivas.
Me acuerdo de unos alumnos que tuve hace años, a finales del siglo pasado. Conscientes de la realidad en la que vivían solían ir de compras a tiendas de ropa cara. Nunca iban en grupo e incluso se hacían acompañar de sus madres. Se metían en el probador con unos cuantos pantalones de marca, les quitaban, ayudados por un cúter, el distintivo que llevaban como trabillas y luego, en casa, se lo cosían a un pantalón de mercadillo.
No paran de sacar imágenes de la pelea simbólica en el balcón del ayuntamiento de Barcelona. En la radio dicen que Volkswagen ha engañado al personal y que Alemania teme por su imagen de país serio.
La calidad es la parte seudocientífica de la publicidad y se invierte en ella para poner la apariencia por encima de la esencia, para avivar el sentimiento y apagar la razón.

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