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Mostrando entradas de octubre, 2015

Se vende

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Saliendo del súper me encuentro con un ex alumno al que siempre he considerado   majo, majo. Un poco alérgico a los libros, despierto y sociable era el último de una familia numerosa con una madre que se remangaba para trabajar en casas o en la limpieza de escaleras y un padre empleado de fábrica, militante sindical sin beneficio monetario alguno y luchador incansable por el barrio. Nos saludamos con un abrazo en el que es él se tiene que inclinar un poco. En el afán de saber   uno del otro nos pisamos las preguntas entre risas. —¿Tienes tiempo? ¿Nos tomamos una cerveza? —me pregunta a la vez que me empuja hacia el bar más cercano. —Por supuesto. Solo faltaba —le respondo mientras le doy una palmada en el hombro. Una vez en el bar me dice que está vendido. Yo le pido que me lo explique y me viene a contar, resumiendo, que estudió un grado superior de comercio, le salió trabajo donde hizo las prácticas, desde hace tres años estudia económicas en la UNED y está ena...

Sensaciones

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  Durante mi infancia mi madre me encasquetaba la ropa que estimaba oportuno. Como distinguía entre fiesta o labor y frío o calor, me vestía con la corrección exigida por la iglesia y las pelas. No acatarrarse era el objetivo. En la adolescencia impuse mis criterios influenciado por el cine, la tele y el mundo de la música. Por asuntos, supongo, relacionados con el abandono de actividades físicas habituales y el deseo de agradar, la diferencia entre ropa de labor y de domingo desapareció para dar la nota los siete días de la semana independientemente del frío, la lluvia (el calor en Pamplona siempre ha sido como el encierro: breve) y el qué dirán.   Cuando me incorporé al mundo laboral   la temperatura y la lluvia tomaron peso y el "por si acaso" lo gravé en el frontispicio de todos los armarios de casa. Salir a la mañana para volver a la tarde suponía, casi, casi, salir con maleta. Ahora, como salgo y entro en casa varias veces al día, me zambullo en los e...

Fondo de armario

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Según los   dictadores y plumas de la moda, todo quisqui tiene que tener un fondo de armario con el que salir de un apuro con dignidad. Ropa discreta que vale para un roto o para un descosido de boda, entrevista de trabajo... Los expertos también dicen que el resto de ropa, la de diario, la que ves cuando abres el armario, puede ser ridículamente moderna ya que al fin y al cabo no te juegas nada cuando te la pones, salvo que seas el spiderman de Aranzadi. Yo nunca pensé eso. Durante mucho tiempo entendí que el fondo de armario era la ropa que se desechaba porque daba coraje ponérsela. Lo más lógico habría sido deshacerme de ella, pero teniendo sitio no la iba a tirar. Las modas vuelven, al hijo o a los sobrinos les puede venir bien, para andar por casa...y porque, siendo sincero, me daba pena. Era   romper con prendas a las que había cogido cariño. Eran carne de mi carne y me resultaba menos doloroso dejarlas colgadas en un paréntesis. Tuve un pantalón, era muy chu...

Hospibar

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Me cabrea la modernidad verbal que consiste en cambiar a las cosas de nombre para seguir siendo lo mismo, pero más caro. La última bofetada me la ha dado la parida de llamar gastrobar a un bar de pinchos, supuestamente, de alto nivel. ¿Se pueden superar algunos bares de Iruña o Donostia? Ni de coña. Oigo ese palabro y veo a un camero con bata blanca metiéndome un tubo por la garganta o a la gente corriendo al baño después de tragar un puré asqueroso. Gastrobar, ¡no me jodas! Donde esté el bar de cabecera, el de cerca de casa, al que vas solo y pasas la tarde hablando o jugando al mus, que se quiten todos los demás. Eso es un bar. Ese camarero mitad sicólogo y mitad entrenador de futbol que te saluda desde la puerta y se lía con la parroquia.   Ese sicobar debe ser declarado monumento intangible de la humanidad y entrar en los planes de los servicios sociales de los ayuntamientos como lugar de primeros auxilios y hasta, si me apuras, de la red básica de salud. Tiene bem...