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Salimos a dar nuestro paseo diario. Tiramos para San Juan con intención de acercarnos hasta la Media Luna o por allí. El asunto es caminar. Al pasar por la avenida Bayona se le ocurre a Sara sacar dinero en una sucursal de la Caixa que nos pilla de camino. En el escaparate hay un enorme anuncio rojo "Family Ilusiones" (tanto rollo para ofrecer un préstamo). No tenemos que empujar ninguna puerta. El local es diáfano, las paredes del fondo tienen paneles luminosos incorporados, sofás amplios,  mesas para cuatro personas con sillas estilizadas; todo muy lujoso y minimalista. Un tío que yo pensaba que ya estaba jubilado conversa con su víctima en torno a una mesa, como si estuvieran en casa. Les faltan las pastas y el café. Un pequeño letrero en la pared nos dice que estamos en una oficina CaixaBank store. Entre unos señores que toquitean las tabletas surge una muchacha, empleada del establecimiento, que nos pregunta qué deseamos y si tenemos cita. Tardamos en responder. Yo, en concreto, me bloqueo porque presupongo que me va a hablar en inglés. Casi nos vamos sin sacar dinero. Nos sentimos incómodos, no hay mostradores, ni mesas de despachos con sillas para clientes, sillón hidráulico para empleados, ordenador mirando al bancario y todas esas cosas que te ayudan a situarte ante el peligro, a identificar la cueva del ladrón, no sé, los pequeños detalles que te recuerdan que has ido contra tu voluntad. Soy consciente de que todo lo que no sea entrar para sacar dinero del cajero me incomoda. Como me tenga que sentar y hablar con la persona que curra para el banco me pongo al cien. Temo más a la silla del banco que al asiento del dentista. Tengo claro que un banco te pide dinero para jugar al póquer con sus compinches y que en el mejor de los casos, si gana en la timba, te devuelve el dinero y una mierda de los beneficios (antes hasta un dos por ciento, ahora nada). No sabes bien cómo te la van a pegar, si te van a ofrecer un regalo que pagas tú, te van a meter miedo para endiñarte un seguro o te encandilan con un plan de jubilación eterna, cualquier cosa con tal de que sigas esposado a la entidad. Siempre han vendido confianza y seguridad, dos cosas que de un tiempo a esta parte se han demostrado más falsas que la cartelería electoral. Está claro que se disfrazan de modernos con el inglés y de colegas con el compadreo. La imagen pesa y quieren eliminar su pasado criminal.
Ya en la calle respiramos aliviados. Habíamos superado el camelo del "tú a tú". Durante el paseo le dimos vueltas al asunto de la imagen, las apariencias, el protocolo, el lenguaje socialmente correcto, la neolengua, el inglés, las pintas, si el hábito hace al monje... Nos fuimos andando hasta la venta la puñeta. Había mucho tema.

Nota: la fotografía que adjunto está sacada al local que antes era la sucursal de la Caixa en San Jorge. Es como pasar de bar a taberna. 

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