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Mostrando entradas de febrero, 2018

Estamos en el año del perro

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Yendo a la compra veo a la pareja de las nueve, un señor paseando a su perro o un perro paseando a su dueño, no lo tengo muy claro ya que los dos tienen un aire muy parecido. Son chulos a más no poder, caminan con la cabeza erguida perdonando al personal que se cruza en su camino. Se paran a la vez, arrancan a la vez,   giran a la vez, menos cagar y mear, que al hombre no le he visto, todo va a la par, como si participasen en natación sincronizada. Bueno, el perro lleva el rabo enhiesto como el palo de la bandera y del señor no puedo decir nada, aunque cuando va con gabardina no puedo evitar la asociación de ideas. Significado y significante toman cuerpo. Al perro le tendrían que poner pañales porque se va ciscando árbol sí, árbol no, y señales y farolas a discreción. Hay una señal de prohibido aparcar que el día menos pensado se irá al suelo por mor de   las meadas perrunas.   Ya sé que lo del pañal no es muy ortodoxo, mis amistades con perro me lo critican, pero...

El sistema

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Cuando tengo algún problema de recibos o similares con alguna compañía grande, de las que no atienden en persona y tienes que llamar por teléfono, me pongo del hígado. Poco a poco estos monstruos se han cargado al personal de las oficinas poniendo un entramado telefónico que hace imposible resolver los problemas. Dicen, los muy cabrones, que el nuevo sistema facilita la gestión porque lo puedes hacer desde casa, sin perder el tiempo yendo a la oficina y haciendo cola. No se lo creen ni ellos. El motivo es más potente ya que a esas empresas les importa un comino mi tiempo. Si fuese así, la solución a los problemas sería rápida y no como es ahora, que empleo horas pulsando el uno si soy cliente, el dos si lo quiero ser, el tres si soy extraterrestre y una vez pulsado cualquiera de los tres me pide que siga pulsando otros o una almohadilla si no sé qué coño soy. Este sistema lo imponen para que perdamos los nervios, nos cabreemos, hablemos solos, no les pongamos cara, no compartam...

Vías vivas

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Me gusta el silencio dormido de las madrugadas. En la estación, los habituales caminan con paso firme. Los esporádicos miramos aturdidos las pantallas, sacamos el billete del bolsillo, releemos para confirmar la hora y los minutos exactos de la salida y miramos el reloj grande que hay encima de la puerta principal. Un grupo de trajeados en azul oscuro y negro, después de saludarse y sonreír, salen a fumar. Se mueven igual, gesticulan igual. Una pareja joven se levanta con desgana de un banco cercano al radiador. Caminan dormidos. En el bar no hay mesas libres, pillo un hueco al fondo de la barra. En el suelo se amontonan servilletas de papel retorcidas y fundas de azúcar. La señora que lee el código de barras de los billetes me saluda muy amable y me indica el vagón número tres. Es el último. Dejo la mochila en la parrilla después de sacar el móvil y mi cuaderno de notas. El book no lo toco, ¿para qué si voy a quedarme frito a las primeras de cambio? La cazadora la sigo llevand...