Hipervoto
Ya estamos, otra vez, yendo a la compra. Los hiperdomingo se están
haciendo habituales, aunque en esta ocasión nos han metido menos propaganda en
el buzón y la matraca publicitaria en los medios ha sido como de mercadillo en
día de lluvia.
Antes no había hipermercados como los de ahora. Había ultramarinos,
carnicerías, panaderías y pescaderías en las que nos hablábamos de tú y la
propaganda, pintada en la pared, atornillada en un tablón o en un gran mural de
baldosas aguantaba tiempo y tiempo. Los anuncios de la radio tenían una
musiquilla que nos acompañaba hasta en la ducha. Ahora hay publicidad y cuando
quieren empacharnos hacen una cosa que llaman campaña. Sí, sí, van de campaña
como van a la guerra. Por tierra mar y aire nos tiran frutas de racimo, gas
mostaza, carne al napalm, fósforo blanco en lonchas, bacterias en conserva y
piedras al vacío, eso sí, envueltos en papeles llamativos de colores naranjas,
verdes, morados, rojos, azules... para que no nos confundamos.
El voto es, en este mercado, el elemento que se vende y se compra, no
como el cariño verdadero, una pena.
En la sección de frutas y verduras hay votos expuestos en pendiente
que llaman la atención cosa mala. Los coges y no están frescos, están tan
helados que a los dos días se han puesto pochos. También los hay envasados y
metidos en mallas. Esto es otra putada porque, aparte del rollo ecológico, como
hay más cantidad de la que necesitas, terminan perdiéndose (si ya no
lo estaban). Los troceados, lavados y metidos en bolsas, mejor no tocarlos. Con
el enganche de que están listos para comer pagas la tira por algo que no
vale nada.
La sección de pan y bollería invita a la infidelidad. Puedes comprar,
a mí me gusta variar, voto de picos, baguette, con sal, sin sal, con pepitas
del pepe, con chorizo de la misma marca, integral, grande, pequeño... hasta ácimo.
A mí me suele gustar el voto de pueblo, artesano, en horno de leña y el de
doble masa madre para bocatas. El apartado de bollería no me seduce mucho
ya que es un voto que empalaga y engorda. Solo hay que ver a los pasteleros y
pasteleras de cierta edad que se sientan en los parlamentos. Este voto fácil
nos está llevando a tener verdaderos problemas de obesidad. No digo que de vez
en cuando un menudeo de chuchería votera haga daño, no; lo que pasa es que
todos los días dale que te pego, el personal deja de ser persona
y piensa con el culo. Pasa a ser una aceituna pinchada en un melón.
La sección de refrescos, cervezas y alcoholes es de museo de arte
moderno. Independientemente de que haya voto enlatado o envasado en botellas de
todos los tamaños y de que es un voto líquido y, como tal, se mea pronto; es el
voto Guggenheim, no como el de antes que era un voto para beber en bota o en
botijo. Hay votos naranjas, rojos, verdes, azules, negros, morados, amarillos.
Todo el abanico parlamentario estatal y autonómico. Mondrian elevado al cubo de azúcar.
De la sección de carnes y embutidos no puedo decir mucho. Antes había
carnicerías y pedías el tipo de carne, la parte del bicho que querías y la cantidad;
ahora ponen el voto troceado, fileteado o en adobo sin tener un referente del
bicho, salvo por algún dibujo o nombre que lo indique. No ves la cabeza, ni la
piel o las plumas del voto. Te pueden meter gato por voto o gaviota por pollo,
sin coscarte.
Con la pescadería tengo un no sé qué que antes no tenía. El olor, el
frío y las espinas del voto acuático me persiguen desde pequeño. La pescadería
de mi barrio era pequeña, con un mostrador altísimo, agua por todas partes y
escamas saltarinas que salían despedidas por el machete o las tijeras de la pescatera.
Era un voto que sabía mejor de lo que aparentaba. Era un voto de viernes,
virgen, alelado y sin agarre. El voto que más comíamos en casa era el
ajoarriero, sus pedos tenía denominación de origen, el de sardinas y el de
angulas. Votos de angulas en tortilla, para acompañar al bacalao, con guindilla
para tomar un trago. ¡Cómo cambian las cosas! La pescatera me daba un puñado de
angulas cuando no tenía cambios. Hoy tengo reticencias por los anisakis, la
cloaca en la que se ha convertido el mar, los microplásticos y los surimis. Y
como lo asocio al azul del mar y a las gaviotas, ¿qué quieres que te diga?
Paso.
Al voto de toda la vida se han sumado el congelado y el precocinado.
Se han sumado tanto que se están imponiendo sobre el fresco y ecológico. El
congelado me convenció desde el principio. Es un voto que lo tienes como de
fondo de armario y siempre puedes tirar de él. Es un voto duradero (equiparable
al de salazón y ahumado) que no se pierde. Si quieres cocinarlo el domingo lo
descongelas el sábado de reflexión; si no tienes tiempo, lo pones unos minutos
en el microondas y listo; y si la cosa es urgente, lo metes tal cual, para que
deje helado al personal, para que pinche y corte. El voto congelado es fiel y
mantiene sus ideales de origen. Es el voto de la certeza. Sin embargo, el voto
precocinado, que ahora se lleva cantidad, no me gusta nada. Es un voto de
batalla que engorda la cartera del fabricante y la tripa del consumidor. Lleva
mil mierdas para disfrazar la mala calidad de los productos. Crees que votas
izquierda y estás votando derecha. Es un voto de ideología transversal de
extrema derecha. Es un voto de más salsa que caracoles. Es el votox del voto o
el glutamato de la política.
Te dejo, que tengo preparado un voto estupendo que hice el 28 de
abril. Lo que me jode es que el vecino pone voto de berza y lo invade todo.
Espero que cambie y no vote más.
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