Lavar y marcar

 


Cuando era más joven que ahora, en las peluquerías de señoras había una labor de bajo coste que la llamaban LAVAR Y MARCAR. Meterse en asuntos mayores era más caro y se pegaban toda la mañana, aunque, claro está, el antes y después de pasar por la pelu justificaba las pelas gastadas. Ahora, desde hace un tiempo y medio, en el campo de la obra pública estamos volviendo a la actuación blanda sobre el terreno, a la  acción urbanística Low Cost, a cambiar la hormigonera por la batidora de pintura o al lifting de asfalto.

Como a mí me gusta mucho lo de las artes plásticas, ayer no me pude resistir a la invitación que me hicieron para una visita guiada por la obra que están ejecutando, ejecutando, en la calle Doctor Juaristi del barrio San Jorge. Como todo jubilado que se precie de serlo ya seguía la obra con interés y la sola idea de escuchar a los autores ideológicos me alegró el día. Me arreglé a tono con la obra: zapatillas rojas, pantalón azul oscuro, camiseta negra, sudadera roja y una mascarilla que me hice con los restos de un pantalón vaquero parecido al que llevaba puesto. A la mascarilla le cosí un botón rojo a cada lado para que la goma roja de centímetro y medio con la que la sujeto se pudiese quitar o poner para lavar sin que cediera el elástico. Y la verdad que la función no me defraudó. Estuvo a ras de suelo.

El guía municipal dejaba hablar al arquitecto y a la arquitecta que parieron la idea, pero de vez en cuando jodía el realismo mágico de los autores tirando de caja registradora. Nada más empezar aclararon que las vías ciclables pertenecen a una red mundial, como la Láctea, que armoniza la dualidad entre bípedos y cíclicos por medio de la amabilización, el entorno saludable, el rocío mañanero que mejora la sostenibilidad del entorno urbano en el amanecer del siglo equis, equis, palito. Pero, siempre hay un pero y siete manzanos, por razones económicas, lo que iba a ser un Big Bang se quedó en un Labar&Marcar, en algo temporal que en un plazo no superior a seis años, una vez afianzada la modificación ligera, deberá dar paso a la obra consolidada de verdad, a la cara. ¡Ya! Y me lo creo. En los barrios lo provisional suele ser eterno.

Yo fui por lo artístico, lo estético y lo ético; lo material, monetario y municipal me importaba poco porque el asunto suele ser que no es que no haya dinero, sino que lo hay para unas cosas y no para otras. La idea de humanizar lo inhumano es sugerente. Y hacerlo por medio de colores diferenciados, de trazo grueso, de líneas definidas eso es la leche, volvemos a un Op-Art que va más allá de la pared, las telas y los sinfines de Valerio Lazarov. Ahora es el mismísimo  Ayuntamiento el que lo materializa en las calles. Me hice a la idea de que íbamos a disfrutar de algo parecido a lo pintado en la calle María Auxiliadora. Esa alfombra que si la pasas en bici no debes mirar al suelo porque el mareo que pillas puede terminar contigo en el suelo. Casi me la pego yo yendo a pie. En San Jorge no han llegado a ese nivel, no tenemos categoría. Se han limitado a combinar el rojo bicicletero con el negro peatonal, una pena que no hayan dado un paso más rompedor. Rompedor artístico, no de huesos.

La obra de Juaristi tiene la intención de revitalizar, resucitar, una calle fiambre a base de pintura y mobiliario urbano. Los peatones podrán ir por la acera de los números pares y por la carretera pintada al efecto (terminará llenándose con el mobiliario de los bares, ya verás); las biciclos y demás artilugios silenciosos volarán por un carril rojo de dos direcciones y separado del peatonal por una banda en relieve, muy chula, para invidentes; los coches por su carril, entre el bidegorri y una franja para contenedores y coches aparcados en línea; la otra acera, la de los números impares, se queda como está. ¿Cómo está?, estrecha y oscura. No tiene ningún portal y ni una sola bombilla que llevarse a la fachada.

Al terminar la visita ya oscurecía. Con ánimo constructivo pegunté si pretendían revitalizar la calle no gastando un duro en iluminación (la luz es importante en el mundo artístico). Se quedo perplejo, me da que se le fundieron los plomos, no conocía el caso y lo descubría ahora Con ánimo revitalizador, ecológico y sostenible le sugerí que podían coger los 98 focos ornamentales que están colocados en el parque del centro de salud, debajo de dos bancos corridos de hormigón, a cuarenta metros de donde nos encontrábamos, y ponerlos en la calle. Creo que mi aportación no pasará del timbre de la puerta. No importa, ya estoy acostumbrado. La ausencia de luz también es importante.

Si Victoriano Juaristi Sagarzazu levantase la cabeza, le daría un jamacuco viendo el bajo nivel artístico de su calle. Él, que además de ser un prestigioso médico, fue escultor, pintor, esmaltista, músico y escritor, no se merece esa calle.

Un tanto decepcionado, no por el arquitecto y arquitecta, sino por la pobreza artística municipal, al llegar a casa me derrumbé en el sillón. Encendí la tele para ver la última etapa de la pandemia, si subía, bajaba, llaneaba o esprintaba y me quedé sin palabras. Todo un golpe de luz y color. Ayuso, con chaqueta roja y pantalón oscuro, parlotea cosas delante de un fondo de banderas rojas, rojas y amarillas que me plantan en un bazar chino. No muy lejos, a cierta distancia social, Sánchez va de traje azul soso. Todo vuelve, hasta la ORT. Corro a buscar ropa de los setenta.

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