Lima2

Pasear por las calles de la vieja Lima es un encuentro entre lo que Perú arrastra de su pasado español y el empuje de su personalidad andina y libre. Muestra de ello es el trajín que han tenido con la estatua ecuestre de Pizarro. La han movido como si la ciudad fuera un tablero de ajedrez. De estar en el atrio de la Catedral, pasó a la Plaza Pizarro, solar aledaño a la Plaza de Armas, y en su peregrinar ha terminado en el Parque de la Muralla a las orillas del río Rimac. El trujillano está en horas bajas y pesa la imagen del conquistador que arrasó los pueblos andinos, pero no así el brazo católico que le apoyó en sus desmanes. La iglesia tiene una presencia muy fuerte (como en España) y apoya sin complejos a Keiko Fujimori.


Todo lo anterior venía a cuento porque en un espacio de dos cuadras conviven el rechazo al fundador de Lima y el orgullo de tener un pasado y presente católico como el conjunto religioso de San Francisco de Asís. No es de extrañar porque la iglesia de Roma ha matrimoniado muy bien con el poder capitalista en sus modalidades dictatorial o democrática de derechas en todo el orbe hispano. Por otra parte, en la prensa se debatía sobre si se les debe permitir a los mineros autóctonos explotar minas de oro a su aire o conceder autorizaciones de explotación sólo a las multinacionales. Según los conservadores, las multinacionales se ajustan a los requisitos medioambientales y los pequeños mineros no. Las manifestaciones campesinomineras se sucedían y los muertos también. Cambiaron el caballo de Pizarro por una excavadora, su espada por la dinamita y los hijos de la cordillera siguen sin sus tierras. La cruz carga sobre los hombros de los más pobres.

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