Perútoyo III (a Chachapoyas)

Nuestro amigo Dani nos habló muy bien de Chachapoyas y decidimos ir porque, conociendo al sangüesino, seguro que merecía la pena. Con poco equipaje, para tres días, nos montamos en dos Hondacarro (un motocarro para pasajeros) que nos llevaron hasta la estación. Dudamos entre autobús y taxi, pero la posibilidad de ir directos nos hizo inclinarnos por el Perútoyo Avalon. Nos quedamos un poco mosqueados con el acuerdo porque conseguimos bajar el precio inicial muy fácil y nos sorprendió la cara que, una vez cerrado el trato, nos puso el jefe de la terminal de coches cuando le dijimos que íbamos a volver dentro de tres días y podíamos comparar con el precio de vuelta.


El chofer era un señor mayor, muy pausado que no corría ni cuesta abajo, conversador, prudente como él solo y muy religioso. Se santiguaba cuando veía una cruz y nos daba explicaciones de las características de las distintas confesiones o iglesias que íbamos encontrando por el camino. Como pasamos por un montón de pueblos, Moyabamba, Nuevo Cajamarca, La Rioja y un montón de villorrios, y como la gente se muere como en todos los sitios, tropezamos con dos entierros. En los dos llevaban la caja a hombros y formaban un cortejo que ocupaba la carretera o la calle hasta que por las afueras pillaban un caminito que les conducía al cementerio. Como en tales circunstancias no es cosa de ponerse a pitar para pasar -¿ya me dirás?- te sumas a la triste comitiva. No puedes evitar, viendo a los componentes del séquito, construir, a tu parecer, la vida del finado. ¿Hombre?, ¿mujer?, ¿el padre de esa niña con trajecito blanco que levanta polvo al arrastrar los pies?, ¿la mujer de ese señor flaco, vestido con una chaqueta que le cae de los hombros y un pantalón que no le llega a los tobillos?, ¿Qué son para el difunto esos señores renegridos con sombrero de paño gris?, ¿quién era?

Parábamos cada dos por tres por obras en la carretera. Hundimientos por lluvias, deslizamientos de laderas o mejoras del firme (mayormente es de tierra y la dificultad es fijarla, prensarlas para asfaltar). Amen de salir a estirar las piernas y echar un cigarro, solíamos hacer tiempo charlando de temas en los que podíamos meter cuchara. Dados los amplios conocimientos religiosos de nuestro chofer y como no queríamos herir su sensibilidad, ni que nos comiese la oreja, los asuntos eclesiásticos quedaban fuera. Las pláticas iban fundamentalmente de Perú porque temas como el futbol o el mundo en general no le interesaban un pimiento. Era un admirador de Fujimori, otro más.

-Perú tiene una gran deuda con Fujimori. No se puede permitir que esté preso el hombre que sacó a Perú de la pobreza y del terrorismo. Si ustedes hubiesen venido hace quince años no habrían podido salir a la calle con tranquilidad, ni yo les traería por estos pagos. Ahora yo me he podido comprar este coche, puedo dar estudios a mi hija, guardar dinero para el hospital y los medicamentos de mi mujer, que la tengo muy delicada… Dios me da fuerza y salud… No, no gracias, no fumo porque es malo… Dios quiere que tengamos el cuerpo limpio…Nunca me he metido en política…Ustedes son de un país muy rico que supo conquistar el mundo, pero nosotros tenemos la riqueza…Ya sé ya que están en crisis, pero están en Europa… Los alemanes son trabajadores, como los japonés, como Fujimori…Con Fujimori dimos el paso de unirnos a los países que pueden ayudarnos a explotar nuestra riqueza…Los hombre necesitamos de la autoridad, del ejército para no caer en el desorden…Sendero Luminoso alejaba a las empresas…Yo no quiero saber nada de la política.

Como es de rigor en las carreteras peruanas, tropezamos con un puesto militar de control de carreteras. El chofer se puso muy nervioso y nos alertó de que, a la vista del gran número de coches policiales que había, la cosa podía alargarse. Un sargento, acompañado de dos soldados armados, le invitó a entregarle los papeles. Con una verborrea militar y una chulería propia del que tiene derecho a todo le hizo bajar y se lo llevaron. Uno de los soldados armados nos pidió la documentación y se la entregó al sargento. Estábamos en regla.

-Son españoles… Nuestra madre patria… ¿De que lugar?…Sí, algo conozco, ¿pero que equipo de futbol es el de ustedes?... ¿Osasuna?... ¿La Real Sociedad?... A mi me gusta el Barcelona… ¿A ustedes también?... ¡Cómo juegan!, ¿y la selección? Huy la selección. Es espléndida.

Fue como un interrogatorio a la par que un peloteo y unas recomendaciones publicitarias para conocer Perú. El tío permanecía de pie y nosotros sentados en el coche. El chofer regresó a por unos papeles y se volvió a marchar acompañado del sargento futbolero. Nos mirábamos aturdidos y sin decir palabra, no fuera que dijésemos algo inapropiado y nos oyese el soldado que seguía junto al coche. Al rato apareció el chofer con rostro preocupado y acompañado por el sargento.

-Usted no es un buen ciudadano. Hay que tratar muy bien a los turistas para que se encuentren bien en Perú. Que tengan buen viaje.

-¿Qué ha pasado?-le preguntamos preocupados e indignados por el trato del sargento.

-Que no he obrado bien. No tengo autorización para trabajar en la región de Amazonía. Sólo puedo en San Martín –dijo con resignación.

-¿Y cuánto le han metido de multa?

-60 soles.

-¿Y si paga más tarde le cobran más, no?

-Sí, claro. Le he pagado para que no me ponga la multa.

-¿No le ha dado ningún papel?

-No.

-¡Joder! Le ha jodido el viaje. ¡Será cabrón! No le va a quedar nada.

-Sí, claro.

Transcurrido un buen rato sin decir palabra, sacamos la conversación de los sueldos, las putadas de las multas, el jodido dinero y la mierda del destino. Entre soles y euros nos percatamos que el jefe de la agencia de taxis nos había mangado casi doscientos soles y al chofer le iba a pagar una mierda. ¡Puto capitalismo!

Nos despedimos del conductor en Pedro Ruiz y cogimos un Perútoyo Crown que nos llevó hasta Chachapoyas, sin incidentes. Bueno, el Crown es un coche muy ancho –demasiado para carreteras tan estrecha y con tanta curva- y el chofer conducía con una mano porque estaba todo el rato enganchado al móvil.

Hicimos trescientos sesenta kilómetros en unas nueve horas. Pasamos de los trescientos cincuenta metros de altitud de Tarapoto, a los dos mil cuatrocientos treinta y cuatro de Chachapoyas.

La vuelta a Tarapoto, como era domingo y no había obras en la carretera, nos costó unas seis horas y pico. El viaje a Pedro Ruiz lo hicimos en un Perútoyo Provox y hasta Tarapoto en otro Provox. Ni policía, ni militares, ni peajes, para que digan que no se puede viajar sin la custodia de las fuerzas del orden.

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