Lamas en fiestas
Lo de Zarra y Gema es la leche. Tienen una memoria RAM y otra de disco duro que están sin inventar para las computadoras. Si a eso le añadimos el GPS que lleva Zarra en su cerebro y que guarda todo, hasta las fotos regulares, tenemos a los viajeros perfectos. En realidad, la historia del GPS no es la que aparece en la Wiki. Las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos no trabajaron los estudios rusos con el Sputnik I. Lo que hicieron fue analizar el coco de Zarra mientras dormía. Tal es así que en sus orígenes se llamaba ZPS (Zarra Positioning System). Y como zeta tiene cuatro letras quedaba largo decir zetapeese y lo cambiaron por el acrónimo que todos conocemos.
Los 20 kilómetros fueron muy buenos porque todo era carretera. “Esta carretera es nueva. Hace ocho años era un camino” dijo Zarra. Una anciana que le oyó y no le conocía nos aclaró que estaba recién terminada y que había costado unos años y mucho dinero. “Ya falta poco. Tendremos que subir una cuesta un poco larga y tendida y tiraremos a la derecha. Tranquilos que no es como la de Kuelab”. Al poco, como ya nos lo había anunciado, llegamos a Lamas que, efectivamente, hervía en juerga. Celebraban la fiesta de La Santísima Trinidad de los Motilones. “No sé. Esa iglesia y esas casas… Vamos a dar una vuelta que esto lo noto raro”. Oírle a Zarra decir eso nos puso en alerta. Gema confirmaba todo y tampoco encontraba explicación al asunto. Hasta comentó que sus recuerdos estaban tamizados por la tajada que pillaron cuando fiestearon por Lamas.
Paseamos por el pueblo de los indios motilones haciendo tiempo a que las cabezonías tuviesen más ambiente y de paso meternos algo sólido en el cuerpo para lo que nos podía caer. Las cabezonías son como las peñas de Pamplona, pero no tan sofisticadas. Son locales, cobertizos para materiales y vehículos, que se limpian y preparan para la fiesta. Cada cabezonía la monta un clan familiar e invita a todo el mundo. El éxito y la diferencias entre unas y otras está en la chicha (maíz fermentado) y el uvachao (uva macerada con miel y aguardiente de caña que se prepara en unos toneles hasta que forman un licor recio y oscuro) que se sirve gratuita y generosamente. La gente se hace una turné por las distintas cabezonías acompañado de dos o tres músicos (un tambor grande y otro pequeño y una o dos gaitas) que van tocando canciones con ritmos monótonos y rutinarios. La gente baila por parejas y de vez en cuando en grupo, pero siempre se mueven como caminando, más o menos rápido, según marque el tambor grande. Se parecen algo a los pasacalles de Navarra. Lamas es la capital folklórica de la Amazonía peruana. Los lamistas acuden a su fiesta estén donde estén durante el año. Alardean de sus encuentros en torno a la juerga y de su habilidad para contar chistes. Lamas es como Lepe. Y de lo que llevan verdadera fama, aunque ellos no hacen gala, es de hospitalidad y amabilidad. Doy fe de todo lo anterior a pesar de la melopea que me pillé.
En la puerta de una cafetería había un cartel muy recargado de imágenes en la que se anunciaba la cabezonía de Rafael Sanz Rivas. Zarra se paró delante del cartel y dijo, señalando al personaje central: ese es Rafael, el alcalde. Sacó su cuaderno de viaje y nos enseñó una tarjeta de presentación que en su día le entregó Rafael. ¡Toma recursos de buen viajero! Ni cortos ni perezosos nos fuimos a la cabezonía de los Sanz Rivas, pero sin mucho convencimiento porque las calles no eran las mismas. La cabezonía estaba hasta la bandera. Empujando conseguimos llegar a un mostrador. Solo tuvimos que levantar la mano y enseguida nos colocaron un baso de plástico con el uvachao correspondiente.
-Joder. Ese es Rafael.
-¿Estás seguro? –le pregunté a Zarra.
Ni corto ni perezoso se acerca al personaje y le dice: ¿Tú eres Rafael, no?
-Yo soy Gilberto. Rafael es mi hermano y ahora mismo está entrando.
La verdad es que eran clavaos. Nos presentamos y estuvimos un rato charlando. Zarra y Gema condujeron la conversación que, la verdad, fue poco fluida. Cuando le preguntaron si seguía de alcalde contestó que no y cambió de conversación. Zarra, pensando que las mejoras del pueblo se habrían hecho durante su gobernanza, le hizo una observación positiva sobre lo cambiado que estaba Lamas. Pues sí y no. Por lo que contó, hace unos años hubo un terremoto que destrozó la parte alta del pueblo. Los edificios de la calle principal, iglesia incluida, quedaron destrozados. Con dinero estatal y de los seguros se consiguió reedificar todo y parece ser que surgieron problemas. ¿Cuáles? Como la conversación no daba para más y ya habíamos hecho la cata de chicha y uvachao, nos fuimos a patronear por el pueblo.
Haciéndonos sitio entre el gentío que abarrotaba las calles, nos sumamos a una cabezonía de la que no recuerdo su nombre, pero sí que llevaban unas camisetas verdes. El pasacalle terminó en un local enorme del que tampoco recuerdo su nombre, pero que era otra cabezonía. Esto lo sé porque le pregunté a uno de la comitiva y me dijo que salían de la suya para entrar en la otra. Vamos, que le devolvían la visita. Nada más entrar se nos acercó uno y nos invitó a pasar más adentro y meternos en la juerga. No le gustaba que nos quedásemos mirando. “En Lamas todos son de Lamas y se viene a patronear, no a mirar” nos dijo con entusiasmo. El caso es que los “camareros” te daban una cáscara de coco llena de uvachao o chicha, según les pidieses. Todo era cuestión de tres tinajas. Una de chicha, otra de uvachao y otra de agua donde “limpiaban” el coco. Si alguno era escrupuloso le servían en vasos de plástico. También podías tomar cerveza, pero como había que ser como los de Lamas: toma coco con brebaje oscuro o amarillento y viva la camaradería.
Como no soy Gema no me acuerdo del nombre del tío que nos invitó. Nos presentó con orgullo a un amigo suyo que era piloto de las fuerzas aéreas de Perú.
-Anda. Tú vives en Pucalpa y tu novia, al menos hace ocho años, se llamaba Gesenia –le soltó Gema al piloto.
El piloto, tampoco recuerdo su nombre, se quedó como si se le hubiese jodido el paracaídas en pleno salto. El anfitrión balbuceaba atónito. Como no daban crédito, Gema les explicó con todo tipo de detalles el encuentro que tuvieron hace años. A partir de ese momento nos hicimos motilones como de toda la vida. Quizá nos empiparon para que las confidencias no pasasen del corro. La novia aquella, Gesenia, era una novia falsa porque con la que tenía aterrizajes amorosos a más largo plazo era con una amiga de ella llamada Nancy y que es su actual esposa. El anfitrión, primo de Nancy, no tenía conocimiento del rollito doble que se trajo el piloto. De todos modos la cosa se cerró con unas cuantas bromas, con un pacto de silencio y con un pedal del diez. Los cocos tienen la pega de que son redondos y no puedes apoyarlos en el mostrador. Tienes que tomar el uvachao o la chicha antes de dejarlo. Perdón: dárselo al camarero para que lo pase por agua y te lo rellene otra vez. Siempre estás con una mano ocupada.
Se nos hizo muy tarde y los colectivos ya no circulaban. Paramos unos cuantos coches particulares sin éxito y por fin, cuando ya la cosa pintaba mal, contratamos a un chaval que acababa de dejar a su familia y quería sacarse un dinero. El viaje fue muy agradable e ilustrativo. Según el muchacho, al alcalde Rafael lo pillaron en algún pufo y lo metieron un tiempo en la cárcel. La gente no le tiene en buena estima y parece, nunca se sabe, que terminó su vida política.
Está visto que las cosas cambian y la corrupción mancha en todos los sitios porque en todos los sitios hay gente dispuesta a enriquecerse a costa de los demás.
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