Nos mean y dicen que llueve
Uno, al que le metieron el catecismo a base de capones, estirones de orejas y demás métodos pedagógicos al uso, memorizó que la mentira es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. No figuraban en el catecismo ni las mentiras piadosas ni las medias verdades y tampoco constaba atenuante alguno en el sacramento de la confesión cuando declarabas, bajo presión física y psicológica, que habías faltado a la verdad. Es más, si largabas pecados reales o inventados y no mencionabas el de mentir, el octavo, y si el cura estaba en lo que se celebraba, te daba un tirón de orejas que te obligaba a decir: sí, sí, he mentido; pero no ahora, antes. Todo lo que he dicho hasta ahora es verdad, padre. Y te quedabas aliviado aunque caliente. Recuerdo que dictaminábamos la penitencia, con gran precisión, viéndole la cara y las orejas al compañero cuando salía de confesar. Bien es cierto que no siempre era fruto de la culpa del pecador sino de la pericia del confesor. Pasaba lo mismo que pasa ahora con los árbitros, los había injustos y cabrones que te majaban a “caricias” (eso sí, por tu bien) y había que evitarlos. En mi cuadrilla, nuestro favorito era un misionero sordo como una tapia. Un buen hombre que no te interrogaba, que sonreía y que te despedía con una palmadita en la espalda.
Cuando murió nuestro misionero de larga barba blanca y con ayuda de lo hippy y de una dura sacudida hormonal dejamos de practicar el sacramento de la confesión y poco a poco el resto. Aquello no eran mentiras, ni eran nada. Era parte del tratamiento conductista católico-franquista para hacernos sumisos y obedientes. El premio era ficticio y escaso, mientras que el sentimiento de ser un desgraciado pecador en lo religioso y un culpable en lo civil era permanente. Sin embargo, ahora, los que no están llevando a la miseria mienten con total impunidad y hasta con la ayuda de toda la panoplia celestial.
Mariano es un mentiroso de órdago que dirige la orquesta ministerial Octavo Mandamiento en la que los solistas, todos y todas, tiran por la windows la partitura de las elecciones, “Con noi, tutto funzionerà bene” de los maestros de la fala maeses Aznar eta Bush (el título lo sacaron de una canción que compuso Il Cavaliere en un bunga bunga) y tocan lo que les sale de las gónadas hasta llegar al multiorgasmo. Una mentira sobre otra mentira para tapar la mentira anterior y así sin parar, dale que te pego. ¡Ah! y los viernes, los viernes se junta toda la orquesta en un akelarre de improvisaciones, de yo más y mayor y más grande. Aquello debe ser la leche. Digo “debe” porque no es público, mas conociendo los resultado es lógico pensar que no dejen entrar a las cámaras.
Yolanda es otra que tal baila, pero dirigiendo una banda de gaitas. La orquesta le viene grande y está más por la mentira a palo seco. Últimamente ha emprendido una carrera en solitario por el submundo de la canción de los oficios dominicales, pero no está triunfando. Sus canciones “Un canal hacia la gloria”, “Un circuito como Dios”, “Un paro de la hostia” y “Una caja no es un sagrario” no han calado entre los parroquianos. En algunas intervenciones públicas parece que echa de menos el dúo que formaba con Roberto. Pamplonela duró unos cuantos años. Comenzaron en el ayuntamiento de Pamplona, de ahí viene el nombre, y tras unos años de alejamiento de Roberto para dedicarse a la composición, volvieron a cantar juntos en el gobierno de Navarra con el nombre Yo & Ro. Los seguidores de Roberto cambiaron el nombre por el de Royo (rojo en castellano) pero no cuajó fuera del PSN.
¿Y qué hace el cuarto poder, la Conferencia Episcopal, para pellizcarles, darles unos capones o una patada en salva sea la parte del alma a estos mentirosos? Nada. Les aplauden hasta con las orejas y les felicitan por las leyes que nos retrotraen al catolicismo franquista. Roucco, Reig, Álvarez, Martínez, Pérez y otros ez se saltan olímpicamente, con báculo y no con pértiga, el octavo mandamiento y la obligación de denunciar las distintas injusticias que están cometiendo sus amigos. No se manifiestan contra los recortes, contra los desahucios, contra la exclusión de los emigrantes ni contra las medidas que empobrecen más a los pobres. Sólo protestan cuando peligra el brillo de su dinero y cuando las personas queremos decidir sobre nuestras vidas.
La experiencia me ha demostrado que aquel misionero confesor de larga barba blanca no era sordo. Era un eslabón de la cadena que se perdió por el mundo de los más pobres y cuando lo trajeron para acabar sus días enmudeció.
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