De Yurimaguas a Ikitos (I)
Partimos al atardecer con la sensación de llevar unos cuantos días porque ya nos conocíamos al personal que trabajaba en el barco y a los pasajeros. Al día siguiente de partir entramos en el Marañón. Anoto esto porque lo comentó un tripulante que tenía la vida marcada en la cara y en la dentadura. Yo no me percaté del asunto porque no vi ningún cartel que lo indicase y, por otra parte, habría jurado que el río era igual que el que veníamos surcando.
A los que hemos pagado camarote, el desayuno la comida y la merienda nos los trae el cocinero hasta la puerta. Los que viajan en hamaca tienen que ir al comedor que es un habitáculo al que se entra por babor y se sale por estribor. Una mesa alargada con bancos corridos es todo el mobiliario. La comida se sirve por un ventanuco con repisa que da a la cocina. La gente no se entretiene en charlas y come deprisa para que los otros pasajeros no esperen mucho tiempo. Algunos, en lugar de comer allí, acuden con una tartera de plástico y se llevan la comida para dar cuenta de ella en otro sitio, a su ritmo y cuando les apetece.
La verdad es que en los camarotes sólo entramos para dormir a la noche y los usamos como almacén. Durante el día echamos el candado y santas pascuas. Cogimos camarote porque la diferencia de precio no era grande y pensamos que era mucho mejor, pero nos podíamos haber ahorrado el plus porque se puede viajar en chinchorro sin ningún problema, al menos en el tramo de Yurimaguas a Ikitos.
La carga y descarga y el trajín de gente en los puertos que hay a lo largo del río es el mayor atractivo del Amazonas. De vez en cuando se altera la rutina puntualmente al acercarse alguna barca a motor para descargar material o para vender productos a los pasajeros. El abordaje es todo un espectáculo. La piragua a motor se pone paralela a nosotros pero sin que le afecte el oleaje. En una maniobra rápida se acerca y lanzan un gancho atado a una cuerda con la intención de agarrarlo a las gomas de rueda que cuelgan a babor o a estribor. Cuando lo consigue, se pegan al barco y tiran otros cabos para amarrase más firmemente. En algunas ocasiones el barco suelta un bote a motor que va a alguna aldea a llevar o a traer pasajeros. También, en zonas de no mucho calado, la misma barca se adelanta y va indicándole al capitán los pasos buenos para no encallar. Lo más triste es cuando se navega por Brasil, cerca de ciudades como Belén o Manaos, y piraguas a remo, tripuladas por niños o mujeres, se acercan al barco para que se les eche comida. La gente mete el donativo en una bolsa de plástico, lo ata y lo lanza lo más cerca posible de la piragua. Por lo demás, los días transcurren lentamente en una apacible monotonía que se acrecienta con el calor húmedo y la lluvia que baja el negro cielo hasta estamparlo contra el río. Dormitar en la hamaca, leer, escribir y charlar con las personas que comparten travesía hacen llevaderas las jornadas. Yo dediqué muchas horas a recrear historias sobre los personajes que me llamaban la atención. En algunas ocasiones mis suposiciones se confiormaban y en otras se quedaban flotando, amodorradas en el bochorno del atardecer.
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