Oliveira V. Hamacas
Desde el barco la selva es un muro verde enorme y regular. Es como si un peluquero celestial la podase con la intención de igualarla y de vez en cuando, por capricho, le pusiese moños y peinetas. Hay un zócalo marrón que en algunos tramos se vuelve teja. Por encima surge una melena rizada que tiene clavados alfileres de árboles esbeltos. Las nubes que amenazan lluvia son planas y en su parte inferior se alinean paralelamente al horizonte verde. Cuando se aproxima una ciudad van apareciendo en la orilla palafitos diseminados con su correspondiente escuela, un pequeño campo de futbol y alguna que otra parabólica mirando al río. Tengo la impresión de que el Amazonas es un camino marrón entre un océano verde en el que, cuando se forman cortinas de agua que caen del cielo, surge un arco iris que hace de puente entre el origen y el infinito. La selva ya no es virgen. Paramos en Santa Mª de Ica y a la habitual carga y descarga de mercancía y subida y bajada de pasajeros, se suma la ...