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Mostrando entradas de abril, 2013

Oliveira V. Hamacas

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 Desde el barco la selva es un muro verde enorme y regular. Es como si un peluquero celestial la podase con la intención de igualarla y de vez en cuando, por capricho, le pusiese moños y peinetas. Hay un zócalo marrón que en algunos tramos se vuelve teja. Por encima surge una melena rizada que tiene clavados alfileres de árboles esbeltos. Las nubes que amenazan lluvia son planas y en su parte inferior se alinean paralelamente al horizonte verde. Cuando se aproxima una ciudad van apareciendo en la orilla palafitos diseminados con su correspondiente escuela, un pequeño campo de futbol y alguna que otra parabólica mirando al río. Tengo la impresión de que el Amazonas es un camino marrón entre un océano verde en el que, cuando se forman cortinas de agua que caen del cielo, surge un arco iris que hace de puente entre el origen y el infinito. La selva ya no es virgen. Paramos en Santa Mª de Ica y a la habitual carga y descarga de mercancía y subida y bajada de pasajeros, se suma la ...

Escrito en el arco iris.

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Los lugares que habitábamos, las personas que estaban a nuestro lado, los juegos con los que aprendíamos a vivir, las lecciones no vividas de nuestra infancia, son la estructura molecular de lo que somos. La escuela de San Jorge no tiene gravada su fecha de nacimiento en piedra, ni en una placa de metal que perdure en el tiempo. Por no tener no tiene ni nombre propio y hereda el del barrio. Su venida al mundo se registra en la tinta de un periódico de la época sin boato alguno y con el ánimo de que alguien, soplando sobre su piel, la despertase del sueño del olvido y la rescatase para la historia. Nuestra escuela no tiene un número en su portal que la coloque ordenada en una calle. Sabemos que está a la orilla del Arga, flanqueada por grandes árboles crecidos a su manera y respaldada por las casas más altas de San Jorge. En sus cuarenta años ha ido cambiando su aspecto al ritmo que ha marcado el arco geográfico que forman el río y la vía del tren. Los recuerdos de nuest...

Oliveira V. Arroz

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  En Perú, para llamar a comer golpeaban una barra metálica que colgaba del techo; en Brasil, como no podía ser de otra manera, tocaban un silbato. Cuando lo escuchamos por primera vez, para el desayuno, fuimos rápidamente y nos encontramos con una larga cola a la entrada del refectorio. Pero nada de meneo salsero y percusión; todo era tranquilidad. Se entraba a comer cuando el turno anterior desalojaba el salón por completo. En la larga mesa nos esperaban tres cuencos grandes con bizcochos y galletas, tres jarras de leche y unos azucareros. El café se entregaba por un ventanuco. Estaríamos unos veinte, sentados en dos bancos corridos, y no se oía nada. Los únicos blancos éramos nosotros; el resto era una cuadrilla de haitianos, flacos y negros como el carbón que desde que colocaron sus hamacas cerca de las nuestras nos llamaron la atención por su silencio, orden y limpieza. Habían estado unos meses ganándose el pan en Perú y ahora iban a Manaos a probar suerte en lo que fuese. Lo...

Oliveira V- Invasión

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A eso de la ocho de la tarde el sol se fue poniendo poco a poco y el aire empezó a cargarse de humedad, como lo hacía habitualmente, por lo que decidimos subir a cubierta para respirar, estirar las piernas y vernos las caras ya que nos habíamos pegado el día dormitando y leyendo en las hamacas. Precisamente, en esa asana mágica fue cuando se me ocurrió el término chinchorrear como maquinar, fantasear, recrear el mundo mientras se está tumbado en un chinchorro. Una vez en cubierta pillamos a toda leche unas sillas que había libres y las colocamos en torno a una mesa, también de plástico, que estaba arrumbada en un rincón junto al televisor. Un poco por contagio de los brasileños que estaban jugándose hasta las pestañas en un juego de cartas raro y otro poco por salir de la rutina, decidimos jugar una partidas al chinchón y al mus. Llevar una baraja no es mala cosa porque no ocupa nada, no necesita pilas y entretiene. Estábamos pasando el rato bajo la tenue luz de un foco ...

A Manaos

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  En el Oliveira V viajamos solo personas. No se admiten animales ni mercancías de todo tipo como en los barcos peruanos, aunque algunos van como burros en celo. Es frecuente, entre los lugareños, viajar por el Amazonas con la intención expresa o colateral de echar un polvo, o los que sean, bien por el método de conquista o por el de pago. Sobre esto ya me había puesto al tanto una madre de la escuela cuando me dijo que prostitutas más o menos profesionales viajaban en camarote para sacarse unos euros con el que costearse el viaje o simplemente ganarse la vida. Como no es cosa de gozar en público, los hay que follisquean en hamaca con mucha soltura y pericia, el camarote es el ideal para el sexo de pago. Los extranjeros somos apetecibles en tanto y cuanto tenemos dinero y en una relación tenemos muchas posibilidades de triunfo. Aunque los que necesitan del alcohol para animarse y romper barreras, lo tienen claro en el Oliveira V. El dueño es un protestante radical y no vend...