A Manaos

 En el Oliveira V viajamos solo personas. No se admiten animales ni mercancías de todo tipo como en los barcos peruanos, aunque algunos van como burros en celo. Es frecuente, entre los lugareños, viajar por el Amazonas con la intención expresa o colateral de echar un polvo, o los que sean, bien por el método de conquista o por el de pago. Sobre esto ya me había puesto al tanto una madre de la escuela cuando me dijo que prostitutas más o menos profesionales viajaban en camarote para sacarse unos euros con el que costearse el viaje o simplemente ganarse la vida. Como no es cosa de gozar en público, los hay que follisquean en hamaca con mucha soltura y pericia, el camarote es el ideal para el sexo de pago. Los extranjeros somos apetecibles en tanto y cuanto tenemos dinero y en una relación tenemos muchas posibilidades de triunfo. Aunque los que necesitan del alcohol para animarse y romper barreras, lo tienen claro en el Oliveira V. El dueño es un protestante radical y no vende alcohol. Una putada porque la cerveza es un buen tónico para combatir el calor. Mira que ir a parar, en Brasil, a un barco ultra religioso en el no se pone música bailona y solo puedes beber agua y refrescos. No te digo. Cuatro días como en los retiros espirituales de nuestra adolescencia, pero sin frailes que te diesen la vara. En definitiva, que el ambiente no era favorable al comercio amoroso, pero en lo tocante al placer está claro que el ser humano no conoce barreras. Es más, creo que las trabas son un estímulo para la mente humana y para el ingenio. Si en el barco no se vendían estimulantes, en los puertos sí y el personal compraba todo lo necesario. Si no se podía echar unos bailes, la gente montaba timbas de dominó y cartas con mucha pasta. Eso sí, cuando bajaba el sol. Durante el día la terraza era una sartén blanca sobre la que caía el sol a plomo y la sombra brillaba por su ausencia. Todo el mundo, cuando calentaba, dormitaba en los pisos de abajo, al atardecer se desperezaba en la cubierta, que no estaba cubierta, y al anochecer se vivía con las estrellas como techo. Y no hay mejor cosa, para el amor, que una noche estrellada.

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