Escrito en el arco iris.



Los lugares que habitábamos, las personas que estaban a nuestro lado, los juegos con los que aprendíamos a vivir, las lecciones no vividas de nuestra infancia, son la estructura molecular de lo que somos.

La escuela de San Jorge no tiene gravada su fecha de nacimiento en piedra, ni en una placa de metal que perdure en el tiempo. Por no tener no tiene ni nombre propio y hereda el del barrio. Su venida al mundo se registra en la tinta de un periódico de la época sin boato alguno y con el ánimo de que alguien, soplando sobre su piel, la despertase del sueño del olvido y la rescatase para la historia.

Nuestra escuela no tiene un número en su portal que la coloque ordenada en una calle. Sabemos que está a la orilla del Arga, flanqueada por grandes árboles crecidos a su manera y respaldada por las casas más altas de San Jorge. En sus cuarenta años ha ido cambiando su aspecto al ritmo que ha marcado el arco geográfico que forman el río y la vía del tren.

Los recuerdos de nuestra infancia corren por los pasillos, saltan por las escaleras, se abrazan y chocan confundidos en el patio y ríen o lloran sin orden de sucesión. Si eso o aquello fue antes o después, si estábamos, íbamos o veníamos, nuestra verdad se nos pierde en la memoria y nos vuelve a la discusión que dejamos pendiente hace años.

Los corazones ensartados o las fechas gravadas en los árboles son cicatrices ilegibles que nos dicen que alguien quiso hacer eterno su instante. Las palabras escritas en los ladrillos se borraron con la lluvia y los mensajes incrustados en las ranuras de la pared sucumbieron al paso del tiempo.

Todas las frases solemnes, los problemas que ponía Don o Doña con letra clara en la pizarra y que el sol de la mañana no nos dejaba ver; los dibujos rápidos e imprecisos que se borran ante la amenaza de ser vistos; las sumas y restas de números desproporcionados resueltas con miedo ante la mirada de toda la clase. Todo se convirtió en polvo de tiza sacudido sobre la pared, debajo de la ventana.

Gracias a todas las personas que se han empeñado en reconstruir el futuro de nuestro pasado.

Juanjo Aragón Urtasun  (publicado en el programa de fiestas 2013 del barrio San Jorge)

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