Agur Hanói





Pensábamos estar uno o dos días hospedados en el Du Centre Ville, un hotel muy recomendable, y al final fueron siete. Siete días estupendos en una capital que, aunque al principio se me hizo agobiante y un tanto sosa, me terminó enamorando. Como suele pasar, el amor a una ciudad lo logras por sus habitantes y los hanoienses-as son geniales. Las personas que atendían el hotel, la amiga de Ana, los comerciantes de los establecimientos por los que solíamos ir, camareras... todo el mundo, en general, inspira serenidad, sentido del humor,  capacidad de sacrificio y un punto estupendo de saber relativizar los problemas. No me extraña que les diesen estopa a los americanos a la vez que se entrecruzaban historias como la de John McCain, el candidato republicano a la Casa Blanca.
Hay dos, mejor dicho, tres grandes grupos de vietnamitas. Andante, andante con moto y andante con  bici. Todos son andantes y allegros a la vez. Esto se puede deber a ese rollo zen en el que pueden coexistir la calma y la rapidez en permanente armonía. Siendo el recopetín el caso del grupo de andantes en moto que cuando tiene muchos miembros se convierten en allegro vivace e incluso molto vivace. Los andantes, los vietnamitas, pueden caminar llevando encima de todo, ya sea a la espalda o en esa balanza compuestas de un palo y dos platos colgando. Son amables y es raro que llegues siquiera a chocarte con ellos, incluso en lugares petaos de gente. Los andantes en bici no van por la acera ni por los bidegorris, van por donde va todo el mundo: por la carretera. La acera es para estar y si es muy ancha, para pasar o aparcar la moto, nunca para ir en bici. Estos andantes pueden llevar en el biciclo todo lo que te puedas imaginar y más. Y si tienen sidecar o remolque, ni te cuento. Podéis ir dos personas cómodamente sentadas, trasportadas por un tío flaco, flaco que pedalea como Indurain. Los andantes en moto son el no va más de lo puramente vietnamita. Montan mayormente motos de cincuenta cc. Pues bien, en una motico así pueden llevar, lo he visto: un árbol de unos dos metros, apoyado en el asiento de atrás, con su hermosa maceta; unas diez coronas funerarias sujetas en una estructura metálica; un paquete de barras de encofrar de cuatro metros; cajas de productos desconocidos hasta llegar a pensar que se deslizan solas. Uno de telepizza, allí, llevaría diez cofres, como mínimo. Creo sinceramente que el nombre de Vietnamita, viene de diezmarmitas (lo mínimo que llevan encima esos seres nacidos en esa nación que le dio pal pelo al gigante usa hasta dejarlo desusao- lo malo es que los yanquis la siguen tramando con todo el mundo-). Joder, me ha salido un emoticono de sonrisa y no me hace gracia. Y todo con un plato de arroz por combustible.

Cruzar por una avenida tiene su aquel. Cuando está despejado de andantes en moto, porque hay un semáforo cerca, cruzas deprisa. Si te pilla la avalancha te quedas haciendo un don Tancredo y ellos te esquivan sin ningún problema. Tienes que hacer predecibles tus movimientos. Como trates de volverte para atrás, la cagas, te matan a bocinazos. Gente respetuosa estos vietnamitas.
Otra característica de Hanói es su concepto del arte, de lo plástico. Mira que he visto gurruños de cables del tendido eléctrico, pues, comparado con lo de Vietnam, son  eso, un lío sin más. En Hanói son esculturas dignas del Guggenhein. Estando sacando fotos a una de esas maravillas me fijé que había dos empleados de la red eléctrica sentados allí cerca, haciendo un descanso. Les invité a ponerse junto a la escultura y se partieron el culo. Se señalaban uno al otro acusándose de la autoría de la obra.
Hanoí es una ciudad sin esculturas de personajes. En el tiempo que estuve sólo vi una, de Lenin, en un parque cercano a la embajada española. La única que vi de Ho Chi Minh fue dentro del museo de la guerra. En la parte principal hay una estatua tremenda del líder vietnamita. Delante de ella hay un espacio donde todo el mundo se saca fotos. Estaba yo en ello cuando se me acercó un señor con un niño y me pidió que les sacase una foto. Le fui a coger la cámara y no me dejó. Me entregó al niño, me llevó delante de la estatua, me sugirió que lo sentase sobre mi brazo izquierdo y se puso morao de sacarnos fotos. El muchacho sonreía y yo también. Al finalizar la sesión le di un abrazo y él me correspondió, además, con una sonrisa. No era la primera vez que me encontraban un aire con el libertador. Calvo y con perilla, a ver... Aunque mi nariz, lo que se dice vietnamita no es.

Entramos a tomarnos unas birras en el 48 Corner en Hang Buom Str. Yo llevaba muchos días con la imagen de Aniana en mi cabeza. Las chavalillas de ocho años o por ahí eran la viva imagen de ella a esa edad (por supuesto, también me acordaba de Transi y Fernando). Pusieron música de Janis Joplin, los Criden, Mamas and de Papas, los Iron Butterfly... y se me vino encima la felicidad del pasado. No puse, ni quise poner, el peine del hoy y una maraña fantástica de miradas, voces, risas y humo del pasado se chocaron con el hoy en la distancia y el hasta hace poco de la vida de Fernando. Cuando llegué al hotel, entre lágrimas, le conté a Fer lo que me había pasado. 
-Eso era música -me dijo. Jodido, que suerte tienes de poder viajar.
Cumplí los años en Hanói.  Y el día 21 ya estábamos en Cáceres.
El viaje desde Hanói a Helsinki lo hicimos en primera clase por gentileza de la muchacha del embarque. Un cielo.  Por lo visto no se ocuparon todas las plazas y nos metieron a nosotros. Creo que toqué todos los botones, usé todos los complementos y dormí como en una cama. 

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