Mentiras aceptadas




 
            Cojo la siete a la altura de mi casa. En la parada siguiente se suben dos mujeres, una con silleta y niño, conversando  apasionadamente. Saludo a Anaís, una de ellas. Le pregunto por su hija y me dice que va muy bien, pero que tiene que estar siempre encima. Me presenta a su amiga como director (le corrijo que ya estoy jubilado) del colegio del barrio y Gladis, así se llama la amiga, me dice que ya tiene ganas de que el hijo empiece la escuela. Hago unas carantoñas al crio y me aparto un poco para que sigan la conversación. Deduzco que discuten sobre una famosa. Una dice que se ha puesto tetas, culo, se ha quitado cintura, se ha estirado la piel y eliminado el código de barras del labio superior. La otra sostiene que no, que todo es "potochó", que sabe de buena tinta que la famosilla no tiene un duro para tanta operación. Las dos coinciden en que es medio tonta y que los años no se los quita nadie. Como estoy muy atento a la conversación se me pasa la parada y decido bajarme donde se bajen ellas; total, no tengo prisa. -Lo del "potochó" es un engaño. Imagínate que se va a la cama con un hombre que cree que es así de guapa, sale corriendo sin llegar a la cama  -dice Gladis. -En cuanto la ve de cuerpo entero  -reafirma Anaís a la vez que le coge a Gladis por el antebrazo para romper a reír las dos. -La cirugía es real. Te gastas un dinero y ya está. Vas bien a cualquier sitio -reafirma Gladis pavoneándose. -No te creas. Te metes en el quirófano para ir guapa y luego tu amor se va con cualquier pendeja. No merece la pena. Lo que importa es usar la experiencia, dejarse llevar y darle alegría. ¿Verdad? - me pregunta Anaís sonriendo al percatarse de que sigo su conversación. -Será así -confirmo mientras le ayudo a Gladis a bajar la silleta. Ya en la acera, me despido de ellas con el compromiso de vernos pronto.
            En la cabeza me reverbera la conversación de las dos amigas. Considero que Anaís y Gladis hablan de la imagen, de la apariencia que algunas personas toman pensando en lo que le agrada al resto del mundo o lo que unos sacerdotes marcan como tendencia o estereotipo a imitar;  no del ser. Anaís y Gladis saben que la imagen es siempre falsa y admiten que la cirugía es menos ficticia porque es parte de la persona. Viene a ser como el actor que sigue siendo Hamlet fuera del escenario, una locura.
            Me paro delante del escaparate de una ferretería y confirmo que mi imagen nunca es yo. Se llama igual, pero es una versión mía. En las fotos que salgo no sale nada de mi yo y sí algo de mis circunstancias. Son instantes casuales que no dicen más de dos palabras sobre mí.  Todos los días me arreglo delante del espejo del baño, me miro en el del ascensor y en el del portal y no parezco el mismo, soy tres personas distintas. Tengo la sensación de que el de cada espejo me ve a su manera y yo a la mía. Soy consciente de mi virtualidad y de que me importa poco el qué dirán.
            A las paredes de muchas bajeras vacías se les cae la piel de las elecciones a tiras. Los carteles, descarnados y rotos, planean por el suelo intentando alzar el vuelo.  Viendo que se acerca ruidosa la barredora municipal tomo conciencia de lo efímero e importante de las campañas electorales. Una campaña es una mentira aceptada y sin la cual no nos percataríamos de que el engaño es parte del juego político. El postureo, el fotoshop, las máscaras y los discursos puramente publicitarios son la madre del cordero. Pero aunque la experiencia nos dice que el patrón es prometer el oro y el moro y luego dar gato por liebre, una gran mayoría sucumbe al engaño. Los partidos van a la caza del voto y se camuflan de lo que haga falta.
            De noche todos los gatos son pardos y los leones, leopardos.

Comentarios

  1. Tienes que preguntar a quienes te quieren. Te dirán que sólo ven un Juan jo y que les gusta como es.
    Me ha gustado mucho.

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  2. Pues como tú. Pero conocemos a muchos que son solo postureo. Si te ha gustado ya no me puedo mirar en el espejo, me salgo. Tengo que poner uno mayor.

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