A este lado del Atlántico

El vocalista de Derecha Pop, Albert Rivera, Pepirrín, llora a moco tendido ante las cámaras por la tristeza que le produce ver la tragedia venezolana. Después de secarse las lágrimas dice: "Las dictaduras no tienen libertad, pero tienen cierta paz y orden".  

Estoy esperando la villavesa. Por detrás de la marquesina pasa un hombre majestuoso montado en una bicicleta de autor. Para al lado de los contenedores, se baja y deja la bici en equilibrio pisando una especie de pata de cabra doble. Todo lo hace erguido y con movimientos precisos y limpios. Se coloca unos guantes de obra. Coge un palo como de medio metro con muescas en los extremos, levanta la tapa del contenedor y evita que se cierre colocando el palo. Hurga con una barra terminada en gancho, parecida a las que usábamos de pequeños para empujar y conducir los aros. No encuentra lo que busca y repite la operación en el contenedor de inorgánico empujando la tapa con el hierro. Nada. Vuelve a colocar todo en su sitio meticulosamente. Se frota las manos, coge el móvil, teclea, se lo coloca en el oído y cuelga sin decir nada. El cuadro de la bici es de una motoreta repintada en rojo, ruedas trasplantadas, la parrilla delantera artesanal y tosca lleva una cesta alta de supermercado sujetada por pulpos. En la parte trasera una caja de plástico enorme, de las grises de panadería a la que se le ha eliminado un trozo de la parte central, se apoya  sobre el estrecho sillín dejando a los costados unas grandes alforjas. Descabalga la bicicleta y sigue camino.

Rajoy apura su puro, lo aplasta en un cenicero de acero inoxidable, reposa su cabeza en el sillón orejero y cuenta ovejas y borregos hasta caer en un profundo sueño.