Libros en la mochila
Maletas
con ruedas, mochilas de colores colgadas de cualquier manera, bullicio que
rompe la monotonía de las calles de mi barrio. Los cuatro continentes, los
mares, los cielos más brillantes se reflejan en la piel blanca, trigueña,
tostada, oscura, almibarada, sonriente; en cabellos rizados, lisos, enredados,
largos, cortos, sueltos, atados, adornados.
En
la solitaria parada que hay enfrente de mi casa seis escolares uniformados
esperan, acompañados por sus padres, el autobús. Uno de ellos, muy pequeño,
llora agarrado a un arbolillo.
Cuando
la pasta circulaba abundantemente en una burbuja, el gobierno foral decidió dar
libros gratis a los que esperan el autobús y a los que van saltando por las
calles.
La
preocupación de toda democracia es buscar fórmulas de acceso a la enseñanza
para que a nadie le cierren las puertas del paraíso por ir desnudo. El gobierno debe poner edificios,
profesorado, materiales. El libro de uso personal no es básico ni necesario
para cursar estudios. Hay centros que piden un montón de libros, otros menos y
otros ninguno. Los hay privados concertados que estiman oportuno poner como
básico el uniforme, el chándal u otros elementos como el libro de su editorial.
Esos privados concertados cobran cuotas mensuales por pasar por su puerta. Esos
privados concertados montan a sus clientes uniformados en coche de caballos
negros como cuervos, les dan de comer en sus comedores y organizan solidarias
campañas para ayudar a los niños del tercer mundo. Esos privados concertados,
en un sutil obligado cumplimiento, organizan
extraescolares de inglés, excursiones angelicales, semanas de colores y
festivales sentimentales por la paz y el amor en el mundo. También los hay, colegios
privados concertados, que se llaman cooperativas de padres y madres. Unos y
otros, guztiak, piden dinero al gobierno. El gobierno se lo da con una
sonrisa.
Veo
a las criaturas uniformadas esperando el autobús; sus libros se me vuelven tierra
y vuelvo la vista hacía los que corren y
saltan.
La
crisis es una manada de alimañas azuzada por cuatreros que muerden las piernas para que los niños no corran ni salten, que rasgan
sus brazos para que no abracen ni acaricien y que, para celebrar la victoria, mean
en los pupitres.
En
la Unidad de Barrio socorren a las personas mirando el dinero que no llevan en
sus bolsillos. La Escuela de Barrio tiene las puertas abiertas, los brazos
abiertos, los ojos abiertos y los bolsillos abiertos para curar las penas y así
poder correr y saltar sin miedo. En la
Escuela de Barrio aprenden viviendo los valores que nos permiten ir por la
calle corriendo y saltando sin pisar a nadie, sin robar a nadie.
Todo
euro público que va a quien ya lo tiene ha sido robado del que ya no lo tiene.
Comentarios
Publicar un comentario