Espejismos
Antes
solo había espejos en los baños y en la puerta de algún armario de dormitorio.
Tenía su lógica, eran lugares donde te arreglabas para adecentarte e ir decente
por la vida. Me llamaban la atención los espejos de bolsillo que llevaban las
mujeres para acicalarse fuera de casa. Mi Vespa funcionó mucho tiempo sin
espejo retrovisor, no lo echaba en falta, pero Quadrophenia y unas pelillas me hicieron ponerle uno que algún cabronazo me birló al
poco tiempo. Los coches llevaban un espejo exterior, a la izquierda, y otro
interior, en el centro. La publicidad acentuaba, como lujo, uno de cortesía debajo
del parasol del copiloto. A medida que las mujeres se pusieron al volante el
espejo fue haciéndose habitual también en la izquierda. Algunos bares solían
tener espejos detrás de la barra tapados por filas y filas de botellas que los
hacían inservibles. Sin embargo, los clásicos cafés lucían lunas enormes de un
rococó funerario que me ahuyentaban. Tengo un recuerdo, no muy claro, de un bar
que tenía detrás de la barra un espejo alto, inclinado, para ver todo sin girar
la cabeza.
En
casa de una vecina tenían, en la parte central del mueble vajillero, un espejo desazogado
por los bordes. Para encalar el salón en condiciones había que mover el armario
y el marido se empeñó en que lo podía hacer solo. Que si tira de aquí, levanta
de allá, el cristal pego un pedo y se rajó. Su mujer puso el grito en el cielo
y el susto en todo el vecindario. Como aquello iba a traer calamidades a la
familia, después de decirle de todo y sacarse unos billetes de la pechuga, le
mandó a comprar uno. Su hijo y yo le acompañamos a una cristalería de la calle
San Antón. Cuando les dio las medidas y escuchó el dineral que le pedían, se jodió
la compra. Bajando para casa nos compró unos palos de regaliz en el puestico que había
en el cruce entre Calderería, Curia y Mañueta. El espejo siguió en estado
crítico tapado por un frutero grande y unas estampas de santos. Las calamidades
que cayeron sobre la familia no fueron superiores a las del resto del barrio.
Está
claro que el mundo del espejo ha bajado de precio y la realidad es un espejismo
de tres al cuarto. De la misma manera que, según dicen, los conquistadores deslumbraban
a los indígenas con espejitos para llevárselos al huerto o a la mina; ahora,
los hijos de aquellos comerciantes nos conquistan con espejos digitales. Viendo
los resultados electorales, los referéndums y otros fenómenos llego a la
conclusión de que los dioses de capital colocan espejos inalámbricos hercianos
para deslumbrarnos hasta el extremo de hacernos creer que lo que vemos en el
espejo, la imagen, es la realidad. Es el mismo espejo religioso que guiña el
ojo de los tuertos hasta convencerlos de que la buena vida está al otro lado de
la muerte. La pinta es lo que importa. Si no, no lo entiendo.
Ha
salido un día soleado que invita a lagartear. Me siento en la terraza del
Sofía. En la mesa de enfrente hay una
pareja joven fumando picadura. Los dos van de negro. Ella lleva una camiseta de
tirantes muy ajustada que realza sus hombros y triangula su espalda. El luce
unos brazos tatuados muy musculados. Deduzco que los dos hacen mucho gimnasio. Hablan
en alto. Él dice que tienen que mandar una foto para que sus amigos sepan que
están en Pamplona disfrutando de un día así. Se hacen más de un selfi, pero no
están satisfechos. Ella se levanta y se coloca a la izquierda de él. Las mallas
negras realzan su figura. Sus medidos movimientos demuestran que está
acostumbrada a posar y a mirarse en el espejo. Tras unos cuantos selfis de
morritos, besos y risas se enfrascan en sus móviles y mandan sus imágenes al
mundo que está al otro lado de sus espejitos digitales. Tengo claro que ella se
ha hecho una rinoplastia y, por la peana desproporcionada que luce, un aumento
de pecho. Apoya el móvil en el servilletero y se graba haciendo monerías. Él se
ríe.
Cuando
entro en el portal miro de soslayo la gran luna que hay en la pared. Los
espejos del ascensor me abrazan con frialdad.
Claro, bien mirado, si lo que vemos es una representación de la realidad verdadera, los espejos serían una representación de una representación, o sea, un espejo en frente de otro espejo, o sea, infinitos espejos...¡Joder , Juan jo, no sé dónde vamos a parar!
ResponderEliminarGenial tu escrito. Me ha encantado.
Así es. La gente prefiere más la foto que la realidad y, si me apuras, el photoshop a la misma foto. El asunto es que vamos falseando la realidad y a su vez las copias en un infinito, No vemos la realidad según el cristal con el que miramos, sino con el espejo que nos ponen delante. Y es un espejo manipulado. No nos aceptamos y preferimos falsearnos. Como la realidad es muy jodida, deseamos la mentira.
ResponderEliminar