Datos a punta pala



Tiempos ha, la caja donde dejaba la pasta era un señor que me saludaba al entrar y me preguntaba por el motivo de la visita y punto. Tenía una cara humana, más o menos dura, que, de vez en cuando, alargaba su brazo y ponía recibos en el buzón. No me llamaba por teléfono para darme la vara sobre asuntos que según sus intereses me podían interesar.

Hoy, esa caja es un cíclope que almacena información en un banco de datos. Cuando tiene hambre los cocina a fin de dejarnos más secos que la mojama. Muchas veces me veo como un pernil colgando de un clavo en la despensa de la sucursal que tengo delante de casa. No soy el único. Me rodean otros muchos que tiemblan y sudan como yo. De vez en cuando se abre la puerta, la hoja del cuchillo jamonero centellea y un sudor frío me hiela hasta el tuétano. Al instante llega a mi móvil un SMS, un correo electrónico o una llamada para comunicarme que por mi bien, por mi interés, el cíclope, desinteresadamente, me ofrece un chollo. Me niego a contestar. Hago como que no lo veo. Cierro los ojos hasta que vuelve a reinar el silencio en la despensa después de deslizarse el cerrojo.

El otro día me llegó un correo en el que me ofrecían la oportunidad de ir con mis nietos a un famoso parque de atracciones. Le llamé a mi hijo para decirle que a ver por qué no me había dicho nada de su paternidad. Aún se está riendo. Me dijo que les preguntase a los de la caja si podían aplazar la oferta unos años, que ahora está muy difícil. 

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