Felices Fiestas (FF)


Ya he dado el portazo a la locura navideña que genera cuentos y leyendas al cual más disparatado para alcanzar una simulación en diferido de la felicidad. Mis vecinos suelen adornar la puerta de su piso con tanto verde que al salir del ascensor te encuentras ante la madriguera del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. Aunque mi puerta está igual todo el año, el despiporre navideño y sus distintas muestras, como las de mis vecinos, me gustan mucho. La seriedad no la veo por ningún lado y siempre me he tomado este trozo de calendario como la culminación del sinsentido. Es alegría a tope por el nacimiento de Jesús, por los juguetes que traen los personajes más singulares, por el amor, la paz, la lotería... y cena, comida, inocentadas, cena, comida, cena, regalos, cena, comida y bebidas espirituosas sin fin. Estas fiestas son más necesarias que el futbol. Aunque la resaca que le sigue suele ser dura, no importa, el valle de lágrimas es largo y hay tiempo suficiente para curarla. El año tiene, sin contar la militar,  tres pascuas para celebrar y todo el año para hacerla.
Se vende que las fiestas son la locura y que el resto, la realidad del día a día, es la cordura. Para nada, el resto del año es una locura sin disfraz ni bendiciones. Y a las pruebas me remito cuando desde el ocho de enero, día del remordimiento universal, se levanta el personal con una lista de propósitos desproporcionados para meter en cintura al cuerpo. Sabemos que desde ya mismo, en un  affer hour de unos trescientos cincuenta días, los lípidos, los azúcares y el ácido úrico bailarán al ritmo de los triglicéridos; pero no importa, ponemos de nuestra parte alma, corazón y cartera para joderles el baile. Algunos, con la misma fe con que festejaron el milagro navideño, se empeñan, lógicamente, en arreglar todo con una dieta. Una dieta que les haga perder en catorce días los que ganaron en dos semanas, normal. Como siempre hay aguafiestas, al momento aparecen los listillos de turno soltando el rollo de que las dietas milagro no existen, que son un quita cuartos. ¡Joder! ¿Por qué no avisan con la misma radicalidad científica del peligro de creer en los milagros no dietéticos? ¿En qué quedamos? ¿Hay o no hay milagros? Si no hay, quitamos la Navidad y santas pascuas. Los milagros son para cosas personales, corporales, de salud, para superar exámenes, ganar al contrario y cosas serias; para imposibles como las guerras, el paro, el hambre, salvar el país y demás macroproblemas colectivos ya sabemos que no existen; para esos asuntos doctores tiene la iglesia. Popes que siempre vienen a dictaminar que el homo sapiens  es tonto erectus.

Un milagro vale más que mil palabras. Lo vemos en los afortunados de la lotería.

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