La vida sigue igual
Escucho
a una deportista que se jubila de su profesión con una impresión agridulce. Por
un lado corta con el mundo de sus éxitos y por otro podrá dedicarse a su
familia. Algo parecido, entre sollozos y suspiros, dijo un futbolista, en junio
de año pasado, al dejar de darle patadas al balón por culpa de una lesión a los
treinta. No me dan pena, conozco a más de uno y más de una que tendrá que
currar hasta su muerte. Meterán horas por cuatro putos duros, no podrán ir a jugar
con sus retoños al parque los domingos, no podrán mandarles a campamentos de
verano en inglés, tendrán que recurrir al banco de alimentos, forrarse de ropa
para aguantar en casa cuando el frio aprieta... Conozco familias desahuciadas
por una hipoteca criminal y con una deuda que no pagarían aunque viviesen mil
años. No creo que sea más dura la vida de un deportista que la de cualquier asalariado, parado, subcontratado o autónomo.
Parece
que el trabajo es incompatible con la vida familiar, con dedicarse a los
placeres o simplemente a vivir; por contra, con la jubilación, como viene de
júbilo, desde el primer día en que
tiramos el reloj laboral, por Real Decreto, debe empezar el cachondeo, el
disfrute, el avistamiento de obras y paisajes entre semana. ¡Y una mierda! Solo
tienes que mirarte en el espejo, ir al centro de salud, pasear por las tardes o
en fines de semana, ver la tele, leer esquelas... Y si miras para otro lado,
incluso al afeitarte, siempre hay voceras que tratan de amargarte la vida como
cuando trabajabas. Ahora te dicen que eres egoísta, que vive a la sopa boba,
que estorbas, que eres una carga y que puedes arruinar el país si vives más de
la cuenta (curioso que empiecen a aparecer números rojos en las hojas de tu piel). Saben que
cuando te jubilas sigues teniendo familia a la que cuidar, ayudar o mandarles a
freír churros. Saben que vas cuesta abajo y con las rodillas jodidas. Es más,
si te jubilas y no sientes ese vuelco jubiloso, te puedes pillar una depre del copetín
de la baraja que te deja en manos del Imserso o del sillón. Todo esto sin sumar
el sufrimiento de ver a gente joven sin trabajo o con salarios de miseria. No
hay motivos para la alegría.
Si
estabas jodido en edad de poder estar sindicado; lo estarás cuando te jubiles.
Si estabas bien de asalariado; de jubileta puede que no lo estés.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarConcho, Juanjo, te veo un poco pesimista. Todo lo que dices es más cierto que el evangelio -claro, que, eso es fácil- pero nada más pensar que los que pueden alegrarse de nuestras penas son quienes nos las crean, se me pasa el realismo pesimista y me digo: "no les voy a dar ese placer".
ResponderEliminarComo les jode que vivamos, vivamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¡Ah! y,por supuesto, bien. Vivamos plenamente.
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