Todos los días, todas las horas.




Dos mujeres de algún país del este hablan en su idioma y cuando una de ellas coge  verdura envasada lee la etiqueta en voz alta, sin traducir; la otra contesta con un "guay" de lo más alegre. El nuevo guarda jurado, alto y flaco a más no poder, se pavonea igual que el anterior, con las manos al cinto. El transexual exagerado, Perry, anuncia su presencia escoltado por los dos de siempre, un muchacho con aire de haber dejado un pueblo de la estepa rusa y el señor anodino también de por allí, pero de un pueblo mayor. Lleva un vestido negro muy ligero y corto para lucir muslamen y brazos. Unos tacones imposibles le obligan a dar pasos cortos. No habla y gesticula mucho; los muermos ni gesticulan, el mayor empuja el carro con desgana. Una pareja de senegaleses vestidos con telas de mil colores, ella lleva un zorongo azul cielo brillante, charlan frente a los estantes de enlatados. Él se queda mirando el contoneo de Perry mientras su mujer sigue hablando. Cuando ella se percata de que no le escucha, gira la cabeza, ve a Perry, le mete un codazo, se ríe exageradamente y le suelta un chorreo en francés. En ese mismo instante aparece la madre de Dana, Aleksandra, una ingeniera búlgara que no se le caen los anillos. Perry (el nombre se lo pusimos, hace tiempo, porque suele pasear dos perricos muy simpáticos) se enfada y la mira con desprecio. Aleksandra no le presta ninguna atención porque va a lo suyo y, conociéndola, con el tiempo justo. La madre de Dana viste muy sencilla, no necesita nada para realzar su presencia con su cerca de uno ochenta, rubia, de ojos claros y un saber estar admirable. Me saluda y, golpeándose el reloj, se excusa de no pararse a charlar. Donde el pan me encuentro con Amina y su madre. Hace tiempo que no las veía. Nos preguntamos sobre cómo nos va. Amina hizo una FP de grado medio. No encuentra trabajo. Le animo, pero me dice que llevar pañuelo le penaliza. Yolanda acompaña a la señora mayor que cuida. Con su acento cada vez menos colombiano me dice que llevará a la reunión de la PAH a una amiga. En la fila de la caja me saluda una madre, no recuerdo su nombre, creo que trabajaba en el alambre. Le devuelvo el saludo y entro en las preguntas típicas no comprometidas. Va muy arreglada y tengo la impresión de que sus curvas han aumentado. Tres madres morenas entran acompañadas de sus retoños juguetones. A la cajera le pregunto por sus dolores. El otro día me dijo que tantas horas de pie termina molida y que cuando llega a casa su novio no le ayuda nada. Sigue igual. En el aparcamiento Isabel está cargando el coche con la compra. Me dice que no tiene tiempo para ella. Sale de la escuela y corriendo a cuidar a su madre.  Luego, a eso de las siete, a por los hijos que van a música. Camino de casa me encuentro con una abuela muy cascada rodeada de críos.
–Te los doy –dice riéndose.




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