Días sabáticos
Con esto de que ahora el vicho tiene menos posibilidades de acertar disparando a un rebaño, a una manada apiñada o a una bandada de cernícalos; y comprobado que esas batidas con miles de muertos ya no son lo que eran gracias a que el tándem vacuna y mascarilla actúan como los monteros infiltrados que cargan la escopeta del virus monárquico con perdigones de cartón, las autoridades competentes han tocado el cuerno de boda y el emparejamiento católico vuelve a las andadas de A.C. (Antes de Covid).
Abierta la veda de boda, mi madre y yo hemos tomado la actividad sabatina de ir de esponsales. Entiéndase que no entramos dentro de las iglesias y que consumimos y degustamos en el exterior, en la calle. No pasamos de la puerta porque, amén del respeto y decoro para con la liturgia, entrar con silla de ruedas en estos recintos medievales es imposible y porque la luz exterior es mucho mejor para apreciar las pieles y los plumajes de las ánimas que se mueven libremente por un plató sin vehículos. La peatonalización de la parte vieja, la de mayor concentración de iglesias y bares, es a los actos nupciales lo que el afeitado craneal es a la alopecia. La gente, con la excusa de que hay que llegar antes que la novia, se planta a la puerta del templo con tiempo para poder lucir sus galas en la puerta de la iglesia y en los aledaños de los bares cercanos. Es en ese momento cuando mi madre y yo nos damos el gustazo de disfrutar del estallido de color, diseño y postureo. Ríete de la Pasarela Cibeles o del carnaval de Las Palmas, una boda es un festival que tendría que figurar en la guía de ocio de los rotativos locales o, si eso es como pedir limosna al rey, las distintas parroquias deberían poner en sitio visible, a tono con el edificio, un cartel con los horarios de bodas. A mi madre y a mí nos facilitaría mucho la ronda nupcial porque sabiendo la hora y el lugar nos replantearíamos el orden que solemos tomar de San Lorenzo, San Saturnino (me gusta más que San Cernin), Catedral y San Nicolás. Lo mismo digo para el caso de la Ciudadela. Así como en la entrada principal cuelgan carteles de las distintas exposiciones, deberían poner los horarios de bodas a celebrar en la sala Lidia Biurrun.
Así como mi madre mira las esquelas, yo tomo nota de los acontecimientos culturales, exposiciones... para darnos un garbeo cultural con el que enriquecernos, "aprender y pensar" que dice mi madre en plan aristotélico y yo añado el físico peripatético. Me vendría bien una guía de bodorrios porque uno se cansa empujando una silla de ruedas por esos empedrados que puso el demonio para joder al que empuja, el que suscribe, a la que va sentada, mi madre y a las que llevan zapatos de tacón, las invitadas a las bodas. Pobrecicas ellas. Al no poder acceder en coche, de no ser en taxi, aparcan en casa dios y luego, hala, a coger números para el sorteo del esguince de tobillo. La novia no pertenece a este grupo porque entra y sale de escena en carro, antiguo o clásico, con chófer.
Contemplar las galas de la gente con una experta en costura y moda es como ir a comer con un cocinero. Disfrutas más de la pluralidad de formas, tocados, complementos, peluquería, colores y tejidos en el caso de las mujeres y aprecias los matices y diferencias en la simpleza del vestir protocolario en los hombres (frac, chaqué, esmoquin o traje) de tonos apagados y lisos. Esa gozada de sota, caballo y rey masculino permite ir con el mismo traje a barios esponsales, cosa que en mujeres, lo de repetir vestimenta, no está bien visto. Por cierto, de un tiempo a esta parte observo en los jóvenes mucho arreglo capilar. Es curioso, antes lo de la peluquería era cosa de féminas, sin embargo, ahora se ve mucha barba arreglada y corte de pelo al modo de los famosos latinos de turno. Se nota la proliferación de barberías.
En mi familia, entender la costura como una de las bellas artes no es de ahora, no se debe a que mi madre esté en silla de ruedas y yo la saque para matar el tiempo, no. Es esencial. Mi madre iba a Bilbao para compaginar sus pasiones. Después de ver la exposición que fuese en el Bellas Artes era obligado el paseo por las tiendas caras. Tomaba nota de todo y a la vuelta se ponía manos a la máquina de coser. Lo único que compraba eran bolsos o zapatos, en rebajas.
Me temo que con la llegada del mal tiempo se nos va a joder la pasarela. No por nuestra falta de interés, sino por la de los novios.
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