Pasarela
Como soplaba fresquillo y no nos daba tiempo para alejarnos mucho, decidimos ponernos al abrigo en el banco más largo de Pamplona, el de la plaza de los Fueros, cerca del túnel que da a la Vuelta del Castillo.
Estamos a veinte grados, según el móvil. Las nubes tamizan la luz y eliminan las sombras. La gente pasa en las dos direcciones por el sendero liso, evitando el empedrado.
– ¡Qué grande es caminar! A esa mujer se le ha olvidado algo. Hace un rato ha pasado y ahora va de vuelta, muy deprisa. Sabe andar con faldas. Los pantalones son horribles. Los vestidos se los ponen para las bodas y así van, sin gracia. Como el pantalón permite mover las piernas en paralelo, cuando llevan faldas las mueven igual. Con faldas hay que poner una delante de la otra, como si caminases por una línea un poco ancha. Y de los tacones no digamos. Es difícil quedar bien no yendo segura de tu presencia.
Cuando pasó la primera vez comentamos lo bien vestida que iba. A mi madre los trajes de falda o los vestidos entallados le parecen lo más de lo más. El talle fino marca la diferencia. La cintura debe ser la conjunción de la curva del pecho, del culo y de las caderas. Luego, con una tela de caída limpia, ya está, perfección absoluta. La mujer llevaba un vestido gris de punto fino que le quedaba de maravilla. Era como un pichi fruncido en la cintura.
– Mamá. Igual ha ido a hacer una compra y ahora vuelve a casa.
– Puede, pero la primera vez, cuando iba para la izquierda, no llevaba bolsa; luego ha pasado hacia la derecha, hacia Iturrama, muy tranquila y con bolsa; ahora vuelve deprisa porque se le ha olvidado algo o no está conforme con la compra. Mira como, aun caminando rápida, sabe moverse.
No habrían pasado veinte minutos cuando volvió a aparecer dirección Iturrama. Caminaba despacio, con la bolsa en la mano derecha, el bolso colgado del hombro izquierdo y presionado al costado con el codo. Los zapatos de tacón corto sonaban firmes.
– ¿Ves? Ahora va para casa.
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