Los dos a la UPNA en la nueve.
Esperando la nueve paró en el semáforo un taxi que lucía en su puerta trasera un "Tanatorios Imperial" muy llamativo. Mi madre, balanceando la cabeza y removiéndose en la silla, dice: "Menudo anuncio. Vaya mal gusto. Parece que hay competencia en esto de la muerte. Yo ya te he dicho lo que quiero. A ese tanatorio ni hablar". Riéndome le aclaro: "Si es imperial de la muerte caerá a lo grande. No tenía ni idea de que existiese ese tanatorio. Tú tranquila, ahí no irás".
Nada más bajarnos en la puerta de la UPNA nos fuimos al aparcamiento para tener una visión más amplia del edificio principal. Estuvo en silencio un buen rato, moviendo el sombrero de un lado a otro para ocultar el sol.
— A pesar de tener una fachada tan grande y recta no es mazacote. Tiene mucha cristalera. Esas ventanas redondas de abajo son como ruedas. No me la imaginaba así, tan moderna. ¡Vamos a verla por dentro!
El zaguán del aulario estaba vació. Cuando enfilamos el pasillo hacia la izquierda se emocionó al ver el trajín de gente joven que circulaba por los pasillos charlando en voz baja, a lo suyo, esquivándonos como si llevásemos allí desde el inicio de curso. Algunas aulas tenían las puertas abiertas y nos parábamos para paladear el silencio ribeteado por las voces de las profesoras. Una de ellas escribía en la pizarra vestida con un guardapolvos blanco.
— ¡Oye!, ¿te has fijado? Todas son mujeres. Y la de la bata blanca es muy joven. Igual se la pone para parecer mayor.
—Sí. Igual tiene alumnos más jóvenes que ella —le comenté mientras hacía un eslalon entre columnas.
—Esto es del de el pueblo de Charo, ¿no? —Le respondí que sí. De Cáseda—. Este hombre se empeñaba con el hormigón. Se pasó con tanta columna. Parecen embudos. Eso de tener todos los tubos al aire está bien, así no tienen que andar picando el hormigón, que es muy duro.
Al salir del aulario me ordenó parar, como en la canción "Y en eso llegó Fidel" y me puse firmes.
—¡Madre mía! Esto es fantástico. ¡Qué chulada!
— Ese edificio es la biblioteca y esta escultura es..., espera un momento que miro en internet. Se titula "Encuentro".
Así como otras veces, cuando salimos a pasear parece que mira por mí y me invita a no ir muy lejos para que no me pegue la paliza, en esta ocasión le pudo su entusiasmo y me pidió que la llevase para aquí y para allá. Escultura que veía, escultura a la que íbamos. Menos mal que revisé las ruedas al salir.
Le comenté que los edificios pequeños, al Este y al Oeste de la biblioteca, eran las facultades y que tenían el nombre del árbol plantado en la puerta, la jodí. Me hizo leer todos los hitos que hay delante de los edificios. Para colmo, como suele pasar, el que le interesaba, el de derecho, es el último. Le saqué una foto a la puerta de las Encinas para dar fe de la excursión.
El olor a hierba recién cortada y el solico que calentaba nos invitaron a quedamos disfrutando, en plan lagartos, en la parte sur de la biblioteca que, según mi madre, parece una locomotora de tren blanca. Me pareció bueno el símil y le dije que el resto de edificios eran los vagones.
—¿A qué hora cierran la universidad?
—No sé, mamá. No creo que haya una hora fija. Dependerá...
—Aquí se les tiene que pasar el tiempo volando. ¡Qué maravilla! Se les olvidará la hora y les tendrán que ir a buscar, ¿no? Aprender, discurrir. ¡Qué envidia! Y que haya gente que no aprecia los estudios. El dinero mejor invertido es en esto.
—La verdad es que sí. Tú habrías disfrutado mucho. Te gustaba la escuela. Alguna vez has contado que te dieron premios cuando ibas a la escuela.
—Sí. Ya lo creo. Añoveros venía a final de curso para premiar a los alumnos. Me dieron premios porque era muy aplicada, no por lista. Todas éramos por el estilo de listas. Seguir estudios era imposible para los pobres. Igual, con alguna ayuda hubiera podido estudiar, pero el papel que hacía en casa no lo podía hacer nadie. Creo que la tía monja y no sé quién, algún industrial, hablaron con mi padre. La hija mayor de siete, renteros, sin un palmo de tierra propio... Las de casas ricas del valle sí podían estudiar, lo que pasa es que no querían, ¿para qué iban a estudiar? Y los hombres igual. Ya le habría gustado a mi padre, ya.
De vuelta para la Meca le enseñé, desde lejos, las instalaciones deportivas y El Sario. No daba crédito de que lo que estaba viendo no fuese conocido y reconocido por todos. El Navarra Arena y El Sadar no le impactaron mucho.
—Estos edificios son solo para ver jugar y ahora no hay nadie, están cerrados. La universidad es para disfrutar día a día.
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