Mejor tener algo en la cabeza

Por la calle caminaba lentamente una monja bajita, de cierta edad, seguida por dos musulmanas jóvenes muy garbosas que charlaban animadamente. Al fondo, por la zona de hierba de la ribera del Arga corría un hombre con una cinta en la cabeza enfundado en un peto negro ajustado al cuerpo. Un señor mayor con gorra madrileña sentado en un banco apoyaba sus manos en un bastón. Unos jóvenes de aspecto dominicano, con gorras de béisbol caladas de distintas maneras y camisetas musculosas, se vacilaban unos a otros con algarabía.
Me saludé con las musulmanas y uno de los dominicanos levantó el dedo pulgar de la mano derecha mientras me sonreía.

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