Chucho


Salgo a pasear al perro de los sobrinos canarios de Sara. Es un bóxer, suena a calzoncillos, un tanto original a tenor de su historial cerca de Saramago, allá en Lanzarote. Lo meto en el retrete perruno que hay en la plaza Antonio Canales. Es el único perro que hace sus cosas en el cercado de madera habilitado para canes. La niña pija con perro de su misma condición, el señor respetable con perro de vista cansada, el amigo de los animales que aparece en la plaza; todos, absolutamente todos, dejan que sus chuchos se cisquen en los jardines pochos y caros de la plaza.

Hace un calor que deshace la brea y salvo algún guiri con cara de despistado, el único mameluco soy yo, bueno, y Key, que es como se llama el baboso que me trae a mal andar. Le animo para que se de prisa, pero por la cara que pone deduzco que no me entiende nada. Paso a ser más expeditivo y le vuelvo a colocar la correa cuando se acerca a la puerta. Camino de casa y viendo más de una cagada me compadezco del animal y decido llevarlo a un descampado situado en frente de unos adosados al más puro estilo hipotecado de por vida.

Corre como loco y marca sus fronteras meando en cada matojo o piedra que pilla. Para mí que tenía que tener la vejiga vacía, pero por lo visto le quedaba algo en la recámara. Ya me habían avisado, pero no pensé que en pleno campo se pudiese percibir la peste de sus cuescos. Algo terrible. Me puse colorado, y eso que estaba a la sombra, porque en pleno bombazo entró en el recinto un Seat Ibiza conducido por un muchacho de unos veinte años con aire sudamericano y pendientes de futbolista gilipollas. Se bajo del coche acicalándose una especie de tupé a modo de cresta. Se acercó a uno de los adosados y timbró. Volvió a retocarse el pelo y adoptó una posición propia de jugador ante el himno nacional. No salió nadie pero se oyó una voz al otro lado del seto sintético: está en la siesta.

Yo, como en la Ventana indiscreta, empecé a montarme la peli de las características de la muchacha que, por supuesto, no estaba en la siesta sino que era una escusa para no salir con aquel gallito que iba a por ella con tanto calor. Se montó en el coche y, a diferencia de lo que yo creía, dio media vuelta y se quedó esperando. Durante unos diez minutos escuchamos latinos de falsos lloros, traiciones y machadas. He puesto el plural de la primera persona porque Key también mostraba interés por la música. Será morena, rubia, alta, baja... Un muchacho calcado al del Ibiza salió del adosado, cruzó la calle y se introdujo en el coche bachata.
Si digo la verdad, me llevé un chasco y maldije mis prejuicios.
Estaba mascullando mi estupidez después de que se alejase mi cuento plateado cuando una pareja de cuarentones con formas relajadas caminaba por la acera soleada de los adosados. Él le dio una palmadita en el culo cuando empujaba la puerta de la verja para meterse en casa. Ella le saludó con un hasta luego cuando él abría la puerta del adosado contiguo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Ascensor Social

La casa de Tócame Roque

Txistorra al curry