Lorca

Son las cinco de la tarde en Ganada. Cae un sol de injusticia a las cinco de la tarde. Hemos quedado con Luque para ir a una tetería. Por el camino nos encontramos a un niño feliz borrando la pizarra donde se anuncia el menú de un restaurante que está en una pequeña calle perpendicular a una vía principal. Pasa la mano con frenesí mientras sus padres discuten con un plano en la mano. Él les llama para que vean su labor pero ellos no le hacen ni caso. Por la misma calle pasan grupos de muchachos dirigidos por uno o dos capuchinos vestidos con rigor. En el último grupo va un capuchino con su hábito marrón y unas deportivas de marca, blancas inmaculadas a las cinco de la tarde.
Jesús y Mari nos reciben con los brazos abiertos y nos presentan a su amiga Inés, vecina del Sacromonte. La tetería es coqueta  con un punto hippy. La tarde transcurre lenta y amena. Inés nos cuenta su experiencia vital como alumna de las escuelas del Ave María, las del Padre Manjón.
Con el sol en huida salimos a pasear por aquellas cuestas y en el aire revoloteaban versos de Lorca que me pelllizcaban el corazón.
Eran las cinco de la tarde.

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