Compañía
Córdoba. Son las diez de la mañana de un domingo de agosto. Las calles están vacías. Por fin encontramos una terraza abierta donde tomarnos un café con tostadas de aceite. Enfrente de la cafetería, haciendo esquina hay una "Residencia de mayores" según reza la publicidad colocada en la tapia acristalada. Repetidamente aparece el nombre de la residencia y carteles de mayores saludables y sonrientes que dejan vislumbrar el patio interior tras un velo azul pálido. Un anciano muy distinto a los de la publicidad asoma la cabeza oteando la libertad, la nada o la soledad que trasmite la gran avenida que le rodea. En la terraza del café una pareja se hace acompañar de dos perrazos siberianos que pugnan por ocupar la sombra de una tapia. En otra mesa dos mujeres hablan entusiasmadas. Una de ellas, entre risa y risa se aplica a dar de comer trocitos de bollo a un conejo de cabeza enorme que se asoma desde un bolso colocado en una silla cercana. El anciano desaparece apoyado en unas muletas invisibles.
Llega una Harley muy antigua conducida por un piloto del infierno que, tras un alarde de pericia, consigue colocarla a la vera de una mesa. Se sienta a su lado, la mira con cariño y le pasa la mano por el ovalado depósito.
Cuando nos levantamos para irnos, de un chalet cercano sale una señora mayor muy garbosa con un perro pequeño y vivaracho. Se parece a las de los anuncios de la tapia.
Llega una Harley muy antigua conducida por un piloto del infierno que, tras un alarde de pericia, consigue colocarla a la vera de una mesa. Se sienta a su lado, la mira con cariño y le pasa la mano por el ovalado depósito.
Cuando nos levantamos para irnos, de un chalet cercano sale una señora mayor muy garbosa con un perro pequeño y vivaracho. Se parece a las de los anuncios de la tapia.
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