Perútoyo II

Nos propusimos ir de Tingo María a Tarapoto (478 Km) y a tal fin negociamos con el Bajito y unos amigos suyos. Cuando a las ocho de la mañana aparcó delante de nosotros un microbús Hyundai, no dábamos crédito. Un busito para ir cómodos y no es Toyota. ¿Seguro que estamos en Perú? Pues sí y en la ciudad del tráfico de coca y de los conflictos armados con Sendero Luminoso. Todo eso parece que ha desaparecido y quedan los bancos, los ricos y el dolor de las clases humildes que fueron víctimas de uno y otro bando. Las historias que cuentan son terribles.

Se montó con nosotros una pareja que iba para Tocache y casi nos ponemos a cantar como escolares. Nada más salir de Tingo María hicimos alto en una chabola decorada con abundantes carteles de prohibido hacer fuego. Es decir, una gasolinera casera que llena los depósitos a pozales y con un embudo tremendo. No tengo ni idea cómo hacen el cálculo de la cantidad o de la calidad, pero les va bien. Esto de parar a echar gasolina nada más contratar el viaje es algo habitual porque los coches están casi secos y los chóferes no tienen pasta. La gasolina la paga el pasajero y la descuenta del precio acordado. Cuando paramos en un control, y después de pagar la consabida mordida para ayudar a sacar la familia adelante, el chofer levantó el capó y empezó a curiosear. ¿Se acabó la felicidad? “No se preocupen porque llegaremos bien” “Se ha roto la dirección” dijo el chofer. A partir de ese momento fuimos a pedo burra, salvando los baches y entrando de costado en los “rompe muelles” (como nuestros guardias dormidos, pero sin señalar y de cualquier manera). Cuando llegamos a Tocache decidimos ir a almorzar mientras arreglaba el coche. Apenas había gente por las calles y eran escasos los cacharros que circulaban. En el bar, la señora que lo regentaba nos aviso de que no llevásemos cosas de valor a la vista y que fuésemos en grupo para evitar a los bandidos. Nos entró un mosqueo y fuimos a toda leche al taller, no fuera que nuestras mochilas, por la “rotura” de la dirección, hubiesen cambiado de dirección y no fuesen con nosotros a Tarapoto. El dueño del busito estaba desolado y maldiciendo su mala suerte. Un señor, supongo que era el organizador de los taxis, estaba ordenando cargar nuestras mochilas en un Perútoyo Provox y nos invitó a montarnos. Nos alejamos del centro y nos metimos en una finca de las afuera con un patio mezcla de taller, chatarrería y corral. Allí le hicieron una inspección al coche, le colocaron una pegatina de la agencia de viajes en la puerta del conductor y salimos a la gasolinera. Esta vez estaba en la misma casa del chofer. Su mujer arrimó los cubos y entre los dos llenaron el depósito.

El nuevo chofer había perdido una pierna en un accidente de camión, pero no se le notaba mucho. Tenía sentido del humor y nos daba todo tipo de explicaciones. Lo contratamos hasta el final y cumplió con creces. Hasta Juanjui, un pueblo a unos doscientos kilómetros de Tarapoto la carretera está sin asfaltar y como no podía ser de otra manera: pinchamos. En medio de la nada cambiamos de rueda, es un decir, aunque la parte verdadera es que la cambiamos nosotros; la falsa es la palabra rueda. El rosco que pusimos estaba liso y tenía como un chichón en un lateral. No importaba, “conduciré despacio”, otro decir.

Al entrar en zona más selvática nos apareció un pelotón de ronderos armados. Nos cobraron una voluntad de cinco pesos por barba, para protegernos de los bandidos que ya desaparecieron hace tiempo. Es como si unos vecinos de Torrelodones, legalizados como asociación paramilitar de protección del ciudadano, te piden pasta para protegerte de unos bandidos que te pueden atracar en cualquier momento antes de llegar a Pamplona. Este sistema de peaje no está mal porque así el atraco es seguro y lo puedes contar como anécdota guapa del viaje. Si en todo el recorrido no te asaltan, ¿qué coño les vas a decir a tus colegas o a tus nietos el día de mañana? Lo jodido es que te atraquen los ronderos y los bandidos. Aunque eso es muy difícil porque los ronderos les llaman a los bandidos para decirles: a ver, camarada funcionario. Los del perutoyo matrícula tal y tal ya han pagado. No vaya a ser que se fastidie el negocio porque cuelguen en twitter que les han cobrado dos veces.

Sin muchas explicaciones por parte de nuestro chofer paramos un buen rato en Juanjui. Mientras arreglaba no sé qué nos tomamos unas cervezas y nos volvió a entrar el gusano del miedo a ser robados. Nos plantamos en el taller. Al poco salimos con prisas y con una pegatina nueva en la puerta.

-No quiero perder el contrato y he tenido que hablar con mi jefe-fue toda su explicación.

Para animar el viaje tuvimos que cruzar en una balsa de botes un caudaloso río porque el puente que lo atravesaba hacía tiempo que no se podía utilizar.

Cuando llegamos a Tarapoto era de noche. Le dimos una propina al chofer porque se la ganó a pulso. Un tío majo.

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