Para Yurimaguas


Fuimos a Yurimaguas en un autobús muy trotado, de asientos duros, abarrotado de parroquianos, pero con DVD para hacer entretenido el viaje por la región selvática que hay entre Tarapoto y Yurimaguas. Lo de las pelis de autobús suele ser la leche. La mayoría son de mamporros, tiros y persecuciones que te permiten dar cabezadas, mirar el paisaje y ver la película sin perderte un ápice de la trama.


El chofer, tras comprobar el estado de los cedés, decidió ponernos Daños Colaterales, una peli del Schwarzenegger. Pues sí que los produjo, al menos a nosotros. El Arnold quiere vengar el asesinato de su familia y se va a la selva ¿colombiana? a cargarse a los malos. ¡Toma peli apropiada! Yo pensaba que la gente iba a lanzar todo tipos de maldiciones y hasta alguna que otra sobra de comida contra el televisor, pero no, estuvieron muy formales y atentos. Igual no se dieron por aludidos porque los malos malísimos eran sus vecinos colombianos y ahora Perú se lleva bien con los EEUU de Hollywood, no sé, pero los sorprendidos o tontos éramos nosotros. Para colmo, tuvimos que sufrir los consabidos controles. Polis, militares o paramilitares armados que entran en el bus pidiendo documentación, preguntando los motivos del viaje y curioseando en los bolsos. Todo era como un sándwich surrealista entre rebanada de realidad y rebanada de ficción.

En la estación de Yurimaguas se amontonaban los familiares de viajeros, los chóferes de los motocarros, los ayudantes del autobús que lanzaban los bultos desde el techo y los vendedores de cualquier cosa. Todos gritaban con entusiasmo.

Lo de los motocarros en Perú es punto y aparte. Los hay de todo tipo y potencia, pero los que abundan son los de 200 ó 250 centímetros cúbicos, con un asiento trasero para dos pasajeros y una parrilla para los bultos. La mayoría solo tienen un techo de loneta sujeto al chasis por cuatro hierros. Los encuentras en todos los pueblos y carreteras aunque mayoritariamente son taxis para ciudad. Los de mercancías son más grandes y potentes para llevar carga y todo lo que se ponga por delante. Siempre que me monto en uno tengo la sensación de ir en un auto de choque con un piloto loco. Se meten por todos los sitios, derrapan y se evitan unos a otros justo cuando ya van a chocar. Si la calle es de un solo sentido se puede ir más o menos tranquilo, pero si son de dos o confluyes en algún cruce, eso es de traca. En un cruce de cuatro calles estuvimos parados un rato y, mientras cruzaban en los dos sentidos todo tipo de cacharros, conté veinte motocarros en nuestro lado y otros tantos en el de enfrente. Aceleraban, se miraban amenazantes y movían el manillar como para cruzarse en el camino de los vecinos y salir delante. El problema, para mí, era saber el giro que íbamos a hacer nosotros, los de nuestro lado y los de enfrente. Por cómo estábamos colocados supuse que íbamos a la izquierda, pues no, fuimos a la derecha. Se puso verde para los dos a la vez y en un caos ordenado nos metimos en una especie de trenza sin rozarnos con nadie y cruzándonos con todo dios. Ríete tú de las salidas en la fórmula uno o en las pruebas de motos. Si añades que normalmente el piso es irregular y de tierra, la sensación de vértigo no la iguala ninguna atracción de feria. Puedes pasar por un socavón con una rueda trasera al aire, casi tocando a una moto donde van dos adultos y tres niños, y nadie da un grito o monta un pollo. Mientras tomábamos café en una terraza, hacía esquina en un bullicioso cruce, yo me distraía contemplando el espectáculo. Me arrepentí mil veces mil veces de no llevar la cámara encima porque me habría puesto morado de sacar fotos. Pasó una moto en la que iban: un niño sentado en el depósito, el piloto, una señora detrás dando de mamar a un bebe y un mocoso de unos cuatro años agarrado a la señora y con el culo puesto en una tabla, al aire, que salía por debajo del asiento negro de la moto. Cuando pasaron a nuestra altura, el niño que llevaba la cara pegada a la espalda de su madre, me miró y sonrió. ¿Qué pintas tendría yo?

Cogimos un motocarro en el que justo cabían las dos mochilas en el trasportín y salimos lanzados para el muelle porque el barco salía en diez minutos. Llegamos al puerto y nos indicaron que el barco para Iquitos ya estaba en el otro puerto, más al norte. El del motocarro salió cingando detrás del de nuestros amigos, pero se desvió en un cruce y seguimos por la parte trasera de una fila de casuchas, hacia la selva. Le llamé la atención y me dijo que iba a por gasolina. Efectivamente, paramos en un “surtidor” y una señora con una regadera nos puso unos litros. Volvimos al sendero y llegamos al puerto en el que nos esperaban, un poco preocupados, Zarra y Gema.

No soy muy partidario de las discusiones por asuntos de pago de servicios, pero en esta ocasión y después del timo con el patrón de los taxis de Tarapoto y del susto por el desvío, iba un poco caliente. Yo entiendo que si nos cobran más que a los autóctonos, dado que tenemos pelas, no pasa nada. Al llegar al puerto, el piloto nos pidió 5,20 y lo que habíamos apalabrado era 3. Le pregunto a Zarra cuánto ha pagado y me dice que a ellos les han cobrado tres, pero que le han dado propina. Me cabreo, le digo que no me engaña y le doy los tres soles acordados. Se enfada, llama a otros pilotos y me vienen con la murga de que habíamos andado más y que había echado gasolina. Zarra interviene diciendo que ellos han hecho el mismo recorrido y han pagado menos. Sus compañeros le recriminan y asunto terminado. ¡Viva Perú y los cascos azules!

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