Timbal de ciudadanos con clientes, siervos y esclavos al gusto
La receta que expongo me ha sido enviada por la hija de una amiga que después de doctorarse en ingeniería industrial se ha ido a Deutschland a currelar. Como no domina el alemán trabaja de limpiadora en el Reichstag. El otro día, según me cuenta, sacando brillo al suelo de un despacho se encontró debajo de una mesa grande la receta escrita de puño y letra, a lo clásico. Le llamó mucho la atención porque todo está en los ordenadores y el único papel es el del váter y el de los clínex. Se la llevó a casa y a la hora de cenar se la enseñó a las seis amigas, españolas todas ellas, con las que comparte piso. Una que sabe un poco, la otra que tiene mucha imaginación y las otras que le estaban dando a la cerveza, se pusieron con entusiasmo manos y cabeza al texto. He preferido ser fiel a la traducción que entiendo pueda no ser del todo acertada al estar hecha bajo los efectos del alcohol.
Timbal de ciudadanos acompañado de clientes, siervos y esclavos al gusto.
Se cogen un número indeterminado de ciudadanos o ciudadanas, da lo mismo el género y edad, y se dejan a remojo unos cuarenta eres más o menos. Si los ciudadanos son funcionarios el tiempo de remojo se puede reducir, no hace falta eres. Con ponerlos debajo del grifo, quitarles las hojas extras y meterlos en el congelador hasta que se endurezcan, es suficiente.
Mientras los ciudadanos siguen su curso, en un mortero se echa IVA en grano, se le añade, de sopetón para espantar, un cazo de IRPF en polvo y por último se le riega con un chorretón de cerveza policial sin importar si son forales, nacionales, ertzaintza, civiles o cualquier otra variedad; el caso es que pegue, que tenga grado. Con ganas y entusiasmo golpeamos con el pilón a la vez que damos giros violentos a la derecha para moler mejor los granos y emulsionar todo hasta obtener una salsa sin llegar al pasodoble. Todo esto lo dejamos reposar en el mortero hasta que echemos los ciudadanos ya limpitos.
Vamos con los acompañamientos que van a ser los que transformen ese modesto material que son los ciudadanos en un manjar digno de jeques, ministros y banqueros: una delicia del siglo XXI.
Bol de clientes. Los clientes se encuentran siempre en el mercado o en los hiper aunque en algunas ocasiones, y antes de madurar, se pueden ver en los cajeros automáticos. Se crían con abundante publicidad y poca educación. Si les suministramos educación corremos el riesgo de iluminarlos en exceso y dejarlos mustios. De la misma manera, una abundancia de publicidad los vuelve agresivos y pueden llegar a matarse entre ellos. Su crianza requiere sutileza, guantes de seda y mucha religión. Animarles con promesas de lo sencillo que es alcanzar la felicidad, alabar su ego diciéndoles que el cliente siempre tiene razón, que busquen y comparen, que están más guapos, que se les va a alargar el pene o se le van a subir las tetas. Se trata de hacer feligreses que acudan a los templos del consumo como hipermercados, centros comerciales y demás lugares de venta, contentos, muy contentos.
Pues bien, cogemos los clientes que tenemos a mano y los echamos en una olla, mejor si es alemana, a la que previamente le hemos dado un calentón. Le añadimos un puñado de las marcas habituales en comestibles, ropa, coches y electrodomésticos y le añadimos poco a poco privatizaciones de educación, sanidad, justicia, bienestar social, cocina hospitalaria y todo lo que siendo público pueda dar dinero. Lo pasamos por el chino y lo metemos en hidrógeno líquido durante un tiempo para que todo se considere moderno y también por el anisakis español o pacharanakis navarro.
Bol de siervos. Los siervos pertenecen a la familia feudal y por lo tanto a los tiempos oscuros de la Edad Media. La iglesia los crucifica, la nobleza los tiraniza y los caballeros les cortan el pescuezo. Nacen, crecen, se reproducen y mueren en los alrededores de las fortalezas. Habitan casas hipotecadas sin posibilidad de hacer la dación en pago en caso de no tener dinero. No tienen representación en cortes y pagan diezmos y primicias a capricho del rey de turno o del abad permanente. En caso de enfrentamientos entre reinos o comunidades se les utiliza como mano armada siendo los primeros en caer en la batalla. Algunos señores feudales mantienen el derecho de pernada y de sodomización, dándose el caso de que después de dar por el culo a todo un pueblo se perpetuán en el poder sin ningún problema. Destaca un duque que siempre está empalmado, ojo con él. No todos los siervos tienen suernos, pero sabronada tras sabronada, tarde o temprano les sales unas protuberancias que les puede identificar como de una comunidad u otra. Son baratos y España es la primera productora.
Se pone una urna grande encima de la taza del váter. Las mejores urnas son las diseñadas por Calatrava porque siempre tienen un asa y se pueden colgar. Es más adecuado hacerlo en el retrete porque, según los siervos empleados, puede oler mal. Se cubre el fondo de la urna con una capa gruesa de siervos tal como vinieron al mundo. Se presiona hasta que no quede ni uno suelto y se vierte caldo de corrupción caliente, leyes electorales molidas, unas hojas de cuentas “B” y mucha jeta. Se deja fermentar y cuando el olor es repugnante es que ya está en su punto. Le pasa como a los buenos quesos: huelen mal.
Bol de esclavos. Aquí podemos desmadrarnos en la cantidad ya que están tirados de precio y son de buen conformar. Aunque los mejores son siempre caros y no están al alcance de cualquiera. En el sur de Europa se cultivan muy bien y se obtienen esclavos altamente cualificados, obedientes y sandungueros por cuatro duros. Para que crezcan fuertes y musculosos es necesario que vean futbol, mucho futbol y que estudien en colegios separados. Las esclavas en colegios de esclavas porque maduran antes y son más hábiles para las letras, las labores domésticas y el cuidado de niños y mayores, tienen mayor inteligencia emocional y son muy cariñosas, aunque hay de todo. Los esclavos en colegio de esclavos porque maduran más tarde, son hábiles para las ciencias, tienen poca inteligencia emocional, la casa se les cae encima y piensan con la chorra. Lo del punto de maduración es muy importante porque si los comemos mezclados, nos podemos romper un piño.
Se pone una hormigonera, no muy grande, a pocas revoluciones y se echan las esclavas. Si quieres hacer esclavos, terminas de hacer las esclavas, limpias la hormigonera y haces esclavos con toda tranquilidad. Las esclavas suelen ser más jodidas porque, aunque dan esclavos, hay periodos en los que no trabajan o rinden poco por la maternidad o sus atenciones para con los hijos y abuelos. Bueno, volvamos a la hormigonera donde tenemos a las esclavas mareándose. Sin parar de girar les echamos unas cucharadas de reformas laborales, unas bajadas salariales, unos sindicatos a trozos y una pizca de INEM para que le de color, nada más. Si te pasas con el INEM puedes acabar con el paro y la esclavitud te puede salir por un pico. Run, run, venga dar vueltas y después de cantar dos veces la internacional a capela, le echas una garrafa de “Amor al trabajo” (bodegas CEOE) con denominación FAES y las esclavas salen estupendas.
Y ahora, con buen ánimo, te pones un buen Martini, un platillo de berberechos, si quieres hasta te echas un pitillo, mientras cantas cualquier aria que te venga a la mollera y haces tiempo para que se sequen los ciudadanos que has dejado sobre un paño. Terminado el Martini es hora de meterle mano a la ciudadanía. Coges una a una y con una cuchara de madera, les das de hostias hasta que se queden planos. Una vez aplanados los recortas sin compasión hasta que queden inservibles. Les vas amontonando y cuando tengas unos diez, más o menos, los metes en ese fermoso mortero privatizador que te estaba esperando. Los remueves para sacarles mayor rendimiento, tiras los que no te sean rentables (los puedes mandar al extranjero o regalarlos a otra empresa) y los metes, presionando, en un timbal que no es otra cosa que un aro. Si no los metes en el timbal y los dejas esparcidos pierden presencia ya que parece público y de poco rendimiento. Sin embargo, ese aro de metal le da categoría y un aire exclusivo que sólo lo tiene la empresa privada. El material es el mismo, pero el aro lo cobras a peso de oro. A más aro, más oro. Bueno, pues ya está para servir.
En una fuente casi plana, blanca y rectangular, colocas en una esquina el timbal de ciudadanos y a lo largo del lado opuesto más largo, colocas los boles de clientes, siervos y esclavos. Y a darle duro. Coges del timbal y a untar en el bol que desees.
Veras que lo extraordinario de este plato es que los ciudadanos nunca son ellos mismos. Unas veces son clientes, otras ciudadanos y otras esclavos. Según un estudio de una universidad universal, los comerciantes se inclinan por el bol de clientes, los políticos por el de siervos y los empresarios por el de esclavos. Tú verás por cual te inclinas. Buen provecho.
Y con un deseo incontrolado por volvernos a ver. Mein Mann. Ummmm como me pone imaginarte en plena faena. Siempre tuya.
Ángela.
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