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Mostrando entradas de 2015

Escuchando el silencio

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  Salí de casa un tanto aturdido. Atravesé el bosquecillo de plataneros entre la niebla que se desperezaba con los rayos del sol. Al abandonar la hierba y llegar al cemento, el suelo se volvió resbaladizo por la langarra. Hasta llegar a la fachada sur del bloque donde está la panadería tuve que caminar con cuidado para no patinar. Cuando iba a entrar a comprar el pan, el sonido del rodar de algo sobre las baldosas me hizo volver la cabeza. Una mujer alta, erguida, vestida con un caftán muy colorido y un turbante que alargaba su figura, repasaba el suelo abotonado con su largo bastón blanco. Antes de avanzar giró la cabeza y sentí que me miraba a través de sus cristales negros. Me saludó con una sonrisa luminosa y cruzó majestuosa la carretera.

La gimnasia mental requiere desnudarse.

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A la hora de hacer ejercicio siempre he preferido el juego con colegas en espacios abiertos. Lo de entrar en un tugurio, reconozco que ahora los gimnasios son hasta asquerosamente aseados, pellizcaba mis principios callejeros. La lluvia, el frío y el aire han formado parte del alma que, antes el juego y luego el ejercicio físico, me   ha acompañado a lo largo de la vida. De crío, además de estos elementos incontrolables, la adaptación del entorno y sus recursos   a las necesidades de la cuadrilla nos azuzaba el ingenio capacitándonos para otros retos más serios. Una portería podía ser tan abstracta como la altura del portero y "de ahí a ahí",   a la vez que tan tangible como una piedra. De la misma manera que   los árboles eran un mundo que superaba su propia definición pasando a ser un parque, el puente de San Pedro, la cuesta hasta el portal de Francia, las cadenas del puente de madera, las murallas y las pilongas nos servían para disfrutar de lo lindo. Aq...

Morir de puta madre

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A las cinco recojo unos quince carteles A3, "Decisiones al final de la vida", para colocarlos por distintas calles del barrio. Como llueve intermitentemente decido llevar un paraguas grande, mi mochilica pequeña, el paquete de carteles y un rollo de cinta adhesiva. Para colocar los carteles dejo apoyado el paraguas en la pared, cojo un folio, sujeto el resto entre las piernas, pongo el cartel a la altura de mi cabeza, lo sujeto a la pared con el codo izquierdo, corto un trozo de cinta con los dientes y fijo la esquina superior derecha; las otras tres, como tengo las manos libres, me resultan fáciles de poner. Cuando estoy colocando un cartel se me acerca un señor muy mayor empujando un taca-taca— Como no hay obras para mirar, le debo resultar todo un espectáculo—. Espera a que termine y me pregunta, con la lentitud y el tono apagado propio de su edad,   por el contenido del cartel. Después de repensar la respuesta le digo que es una charla coloquio para persona...

Se vende

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Saliendo del súper me encuentro con un ex alumno al que siempre he considerado   majo, majo. Un poco alérgico a los libros, despierto y sociable era el último de una familia numerosa con una madre que se remangaba para trabajar en casas o en la limpieza de escaleras y un padre empleado de fábrica, militante sindical sin beneficio monetario alguno y luchador incansable por el barrio. Nos saludamos con un abrazo en el que es él se tiene que inclinar un poco. En el afán de saber   uno del otro nos pisamos las preguntas entre risas. —¿Tienes tiempo? ¿Nos tomamos una cerveza? —me pregunta a la vez que me empuja hacia el bar más cercano. —Por supuesto. Solo faltaba —le respondo mientras le doy una palmada en el hombro. Una vez en el bar me dice que está vendido. Yo le pido que me lo explique y me viene a contar, resumiendo, que estudió un grado superior de comercio, le salió trabajo donde hizo las prácticas, desde hace tres años estudia económicas en la UNED y está ena...

Sensaciones

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  Durante mi infancia mi madre me encasquetaba la ropa que estimaba oportuno. Como distinguía entre fiesta o labor y frío o calor, me vestía con la corrección exigida por la iglesia y las pelas. No acatarrarse era el objetivo. En la adolescencia impuse mis criterios influenciado por el cine, la tele y el mundo de la música. Por asuntos, supongo, relacionados con el abandono de actividades físicas habituales y el deseo de agradar, la diferencia entre ropa de labor y de domingo desapareció para dar la nota los siete días de la semana independientemente del frío, la lluvia (el calor en Pamplona siempre ha sido como el encierro: breve) y el qué dirán.   Cuando me incorporé al mundo laboral   la temperatura y la lluvia tomaron peso y el "por si acaso" lo gravé en el frontispicio de todos los armarios de casa. Salir a la mañana para volver a la tarde suponía, casi, casi, salir con maleta. Ahora, como salgo y entro en casa varias veces al día, me zambullo en los e...