Metafísica doméstica
Me
pongo una casulla, de las clásicas, con forma redondeada (un delantal por
delante y por detrás, encima del alba que viene a ser el pijama). Anudo el
cíngulo que tiene la mandarra y me pongo manos a la obra para oficiar el
sagrado rito de consagrar (si me salen las cosas mal me consagro yo) los
productos que la tierra nos da y que nosotros nos metemos en el buche. No soy
partidario de lo precocinado o
congelado, prefiero las hostias elaboradas por uno mismo.
A
diferencia de alguna moderna que coloca la tableta en una esquina de la
encimera y sigue las instrucciones que salen en You Tube, yo soy más primitivo
y prefiero tomar nota mental de la receta o, en el peor de los casos, apuntarla
en un papel. Así no guarreo la pantalla. Conozco una sacerdotisa que coloca el
libro de recetas en un atril y marca la hoja con una cinta. Lo hace igual que
los sacerdotes. Hasta levanta los brazos cuando lee (otra que entrecomilla lo
que hace).
Para
la liturgia soy un poco heterodoxo (hereje según mi madre) y cocino según mi
credo. Me gusta tener todo lo que voy a cocinar a la vista porque se me suelen
olvidar las cosas (la sal, una especia...). Como cocino de espaldas a la mesa
procuro no dejar nada en ella y me apaño poniendo todo en la encimera. Tampoco
soy muy de picar o preparar algo mientras se hace otra cosa. No me da tiempo y
se me termina quemando lo que tengo al fuego. Admiro a los sacerdotes que
cortan las cosas a toda velocidad. A pesar de ser un poco lego en esto, yo,
como Arguiñano y los tonsurados católicos, canto, sobre todo si la cosa marcha.
A
la mesa procuro cubrirla con un mantel para darle relevancia a la comida y en
algunas ocasiones hasta pongo velas (el cirio me parece fuera de lugar y más
con los que estamos teniendo por el tema de la corrupción). Creo que un buen método
contra la descomposición política sería poner un congelador, un purgatorio donde meter
a los presuntos para que no se pasen. Tengo que recordar que los políticos son
perecederos y hay que comerlos, a ser posible, en fresco.
Algunas
veces, por necesidades del guión o enfriamiento del condumio, utilizo el microondas.
Lo tengo alto, colgado de un armario elevado. Tantas veces hice de monaguillo
que no puedo evitar pensar que el microondas es un sagrario. Como el cura, abandono
la mesa, abro la puertecilla del tabernáculo, saco el copón en forma de plato,
lo coloco en la mesa e invito a los presentes. Bueno, igual, igual que el cura, no, que
quema. El electrosagrario es divino porque en su interior las cosas se
calientan sin fuego. Dicen que son unas ondas electromagnéticas, pero no me termina
de convencer ese argumento ateo. Creo que es un milagro. ¿Quién cocinó la
última cena? Posiblemente era precocinada y utilizaron un microondas espacial. El sol no pudo ser porque era de noche.
En
la sobremesa nos damos la paz y nos convocamos para otro día.
Nota: los móviles están
prohibidos. La comunión es sagrada.
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