Subir por las paredes
Desde que Ana decidió romper su
relación con Martín mandándole un apasionado wasap y luego desmintiéndolo con
una despedida clara y concisa, este se refugió en el mundo virtual de sus dos
electrodomésticos preferidos, el ordenador y la tele, que fueron, según dejó
claro Ana en su segundo mensaje, los que la empujaron fuera del campo amoroso
de Martín.
El
día de autos, cuando entró en casa después de dejar cumplimentados los
registros en el haber y el debe de su rutina
laboral en el banco, Bart, su sabueso, no le salió al paso. No tuvo la menor duda de
que Ana se lo había llevado para que fornicase con la perra del monitor cachas
del gimnasio al que iba a sudar durante la semana y, algunos findes, con la
escusa de competir, a liberar toxinas a la cama del musculitos. El "... y tengo
ganas de recorrer todo tu cuerpo. Prepárate que te voy a ganar, cariño" del
primer wasap era claro. Por las descripciones y el entusiasmo con que lo
describía Ana cuando llegaba a casa arrastrando la bolsa de deporte, Martín tenía
claro que tenía que ser el típico obseso proteínico. Un vigoréxico con la casa
llena de espejos.
Los
sentimientos de odio al género de Ana, al de su amante y al de sus mascotas, alimentaron
la idea, nacida en su adolescencia, de que sus sentimientos de amor, sus besos,
caricias y abrazos se perdían si no llegaban a efecto. Había que ponerlos en
acción cuando se producían, en fresco. Si transcurría mucho tiempo perdían
fuerza y la persona deseada pasaba de flor a helecho en un visto y no visto.
Una mezcla de obsolescencia descontrolada o caducidad anímica.
Confirmando
la teoría de que los deseos aumentan por la ausencia de la persona adecuada,
Martín empezó a producir besos y
arrumacos para dar y prestar. Con el temor de que podían venir tiempos malos en
la producción, decidió ir metiendo, conforme iban saliendo de su
hipersensibilidad, todos los besos y caricias en el congelador, dentro de unos botes
reciclados que tenía en el trastero para embotar tomates, pimientos y demás. Esto
se le ocurrió al recordar que el perejil picado se mantenía bastante seco
metido en un tarro.
Cuando
ya casi tenía lleno el congelador, al medio año de la ruptura con Ana, recibió
la sexagésima llamada de Koldo invitándole a salir.
-¡Venga! Paso a buscarte y nos
damos un garbeo. Maite también está de tu parte y me ha insistido en que te
saque de casa.
-El caso es que no sé...
-No hay escusas. Paso dentro de
dos horas. No se hable más.
-¡Bueno! Como digas. ¿Y a dónde
vamos?
-A tomar unas copas, a pasar el
rato. Tú confía en mí. Iremos por Wall Street.
-¿Wall Street? ¿Dónde está eso?
-Martín, por Dios. Que estás
libre, que cotizas en bolsa y tienes que pasearte antes de que te amojames. ¡Venga!
-¡Joder! Lo que me faltaba. Estoy
todo el puto día con el jodido dinero y ahora hasta el sábado a la noche. ¡No
te jode! -y soltó una carcajada.
-Que esto es distinto. Paso a
buscarte. Vamos con mi coche.
Martín
no sabía qué ponerse. Después de abrir y cerrar los armarios varias veces
decidió vestirse con vaqueros y camisa de cuadros. Cuando iba a salir se acordó
de los tarros que tenía en el congelador. Cogió el más pequeño, vertió su
contenido en un vaso, lo lleno de agua y se lo bebió de un golpe. "No vaya a ser que me salga una ocasión
y esté como un palo. Si lo llego a saber lo pongo a descongelar" -pensó al
cerrar la puerta.
Mientras
caminaban, después de aparcar el coche muy lejos, Koldo le dijo que, según unos
compañeros de trabajo, aquellas calles, llenas de bares, eran muy buenas para encontrar
nuevas relaciones. Un portal sí y otro también se amontonaban hombres y mujeres
bulliciosos que fumaban mientras charlaban animosamente. Como Koldo y Martín
hacía tiempo que habían dejado de echar humo, no salían de los locales hasta secar
los vasos. Los cubatas se sucedían uno tras otro sin que nadie les
interrumpiese la conversación de futbol y mujeres. Las mesas de los locales
habían desaparecido y el personal se amontonaba y trataba de bailar, o lo que
fuese, sin afanes coreográficos. En el penúltimo bar, Koldo dejó claro que como
más de una pensaría que eran pareja, había que salir de la barra y mover el
cuerpo por separado. Martín aceptó la hipótesis, pero le dijo que a él le daba
igual porque no veía a ninguna que le motivase lo suficiente.
Entraron
en un bar menos concurrido y con música no tan pachanguera. Koldo se fue al
baño después de darle un sorbo al cubata y Martín se quedó en la barra. Una
mujer de una edad parecida a la suya, con una camiseta ajustada de generoso
escote que no le hacía pasar desapercibida, se acerco a la barra. Saludándole
al camarero y sonriéndole a Martín, pidió dos tónicas. Cogió los vasos, le llevó
uno a la amiga que le estaba esperando meneando el cuerpo con mucha gracia y se
sumó al baile. Martín se quedó mirándolas hasta que Koldo se plantó delante.
-La morena maja, ¿eh?
-Sí, pero la de la camiseta negra
me parece más guapa. Me ha sonreído.
-¿Qué? Pues ya estamos a por
ellas.
-Yo estoy para pocos trotes. Los
cubatas me salen por las orejas y si me muevo me muero.
Koldo
se acercó a la pareja y se puso a bailar dirigiéndose a la que mejor bailaba,
la morena. La otra se fue directa a Martín.
-¡Hola! ¿No eres de aquí, verdad?
A tu amigo ya le he visto más de una vez.
- Sí, sí. Lo que pasa que no soy
de salir. Se ha empeñado y...
- Yo tampoco es que salga mucho,
pero de vez en cuando nos juntamos las amigas para dar una vuelta. Ya sabes,
hay que aprovechar cuando los hijos están con su padre.
-¡Ya! A mí ya se me había
olvidado esto de salir. ¿Te turnas con tu marido?
-Turnar, lo que se dice turnar,
no. Cada quince días se van a casa de mi ex y vuelven el domingo a la tarde
hechos unos basiliscos. Les da todo lo que quieren. ¿Y tú?
-¿Yo? Pues yo... no tengo hijos...
estoy solo...
-¿Te has separado hace poco?
-Sí. En noviembre del año pasado.
-Ya me disculparás, pero se te
nota. ¿Te apetece bailar?
-No. Es que no puedo ni con mi
alma.
-¡Ya! Bueno. ¿Nos vemos dentro de
dos semanas? Yo también estuve un tiempo congelada. No te precipites. Vete
descongelándote poco a poco -le dijo cuando se iba a bailar.
Martín
se quedo con la palabra en la boca. La del escote le dejó más helado de lo que
estaba. Con pasos no muy firmes se acercó a Koldo y le hizo señas de que se iba
a casa. Ya en la calle, pilló una zona poco iluminada, echó las tripas detrás
de un coche y con el móvil pidió un taxi.
A
eso de las doce se levantó de la cama con la cabeza como un tambor. Hacía mucho
tiempo que no amanecía con resaca. En un alarde de fuerza se duchó, desayunó y
se volvió a meter en la cama. Al atardece metió los botes en una bolsa, bajó a
los contenedores y se quedó plantado delante de ellos sin saber en qué
contenedor tenía que echar los tarros, si en el de vidrio o en el orgánico. Al
final los dejó fuera por si a alguien le podían servir.
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