Ganar por la gracia de Dios


Voy a la compra con parsimonia. El sol saca la batuta y dirige los coros de pájaros que revolotean en los árboles de la calle. En la puerta de la sala de apuestas que hay pegada a la iglesia y enfrente de una empresa aseguradora, unos hombres fuman ansiosos. Me llama la atención que se miran entre ellos sin cruzar palabra.
Después de comprar en la ferretería voy a ver las obras de reparación que han hecho, según cuenta un vecino, en el puente peatonal cercano a la mezquita. Al pasar por una de las peluquerías dominicanas me saluda Saúl, un alumno singular. Me señala asombrado el nuevo local que han abierto en lo que fue un bar caído en desgracia. Es un salón de apuestas. Futbolistas celebrando goles adornan las brillantes cristaleras. El puticlub de enfrente contrapone su aspecto de guarida cerrada a cal y canto.  Me quedo un buen rato disfrutando de la primavera apoyado en la baranda del puente. Vuelvo a casa por el paseo del río.
Al atardecer pongo la radio mientras me preparo la cena. Como no podía ser de otra manera, hay fútbol. A voz en grito, cada dos por tres, como si se tratase de una jugada peligrosa, anuncian las diferentes apuestas que se están ofertando en una casa de renombre mundial. Cambio de emisora y lo mismo. En este caso la casa de apuesta es otra. Los periodistas relatan los beneficios que se dieron en el partido del Barcelona y el PSG. Hoy, contra la Juventus, la situación se puede repetir. En el partido de ayer, el del Madrid contra el Bayer, las variaciones fueron de infarto y las ganancias del mismo tono. Eso sí, animan a jugar con cabeza, con criterio, sin dejarse llevar. Si eres nuevo la casa te regala unos cuantos euros.
Como no tengo tele de pago, después de cenar, en el descanso, me voy a tomar café y chupito a un bar cercano. Hay bastante gente. En las vallas publicitarias del campo centellean las casas de apuestas. Según el camarero, que sabe un montón de fútbol, hasta el 2013 se publicitaban en las camisetas de equipos importantes. De vez en cuando, algunos parroquianos meten dinero en la máquina de apuestas que hay en el bar. El partido tiene mala pinta y decido marcharme. Un poco más abajo, en la misma calle, está el portal en el que un cabronazo casi mata a golpes a un vecino que había ganado doscientos euros en las apuestas.

Voy a casa. Al pasar por la iglesia me pregunto si algún apostador le pedirá a Dios una ayudita para ganarse unos cuartos. O igual se lo plantean a las santeras que se reúnen cerca del civivox. 

Comentarios

  1. Tranqui, tronco, el chupito es más rentable que las apuestas. Lo dicen los matemáticos, que de eso saben mucho.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Y el café también es rentable. ¿Qué te apuestas?

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