Para colgar
Cuando
un gerifalte quiere quedar bien con el pasado y paralizar el futuro monta un museo
en algún edificio público emblemático que agoniza. Reúne a su equipo y después
de comer musean.
–Mus,
mus –dicen el alcalde y su teniente.
–Vale
–dice el de urbanismo– como digáis.
–
¿De qué? –pregunta la concejala de educación, antes de jardines y charcos.
–¿De
qué? Ni puta idea. Tú dirás, Nekane. Quieras o no, la cosa es de tu cartera. Hay
que llenarlo de críos de colegio... Bueno... y de ikastolas –aclara el alcalde
viendo las caras que ponen los demás.
–¡OK! Encargaré un estudio a un equipo
de expertos. Igual le llamamos centro de interpretación. Está de moda.
–Como quieras. ¡A jugar! –dice el
alcalde frotándose las manos.
Las musas ya no están en los museos.
Se pasean por las calles, plazas y parques; viven en fábricas, bares y
cementerios; se manifiestan y gritan las veinticinco horas del día. Los
edificios están llenos de musarañas. La inspiración late fuera de las cuatro
paredes.
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